Las empresas y sus accionistas
El beneficio de las sociedades debe ser también social y ambiental
Voy a empezar diciendo para qué, en mi opinión, existe la empresa, una comunidad de personas que satisface las necesidades -en productos o servicios- de ... la colectividad, crea puestos de trabajo, produce la riqueza e irradia el bienestar en la sociedad. Desde luego está para ganar dinero, para obtener rentabilidad, ya que si no sería una ONG o una organización de las que se denominan sin ánimo de lucro, aunque a veces lo tengan. Pero aunque Milton Friedman y la escuela de Chicago de su época se revuelvan en su tumba, no debe quedarse ahí la finalidad de la empresa, sino que debe tener en cuenta, entre otras cuestiones, que el beneficio debe ser, al menos también, social y ambiental.
En la empresa deben existir también unos valores éticos. No es una empresa, sino otra cosa, un negocio montado para ganar dinero evadiendo impuestos, explotando a sus trabajadores, engañando a sus clientes o mal pagando a sus proveedores. No vale con tener una memoria de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) de 500 páginas elaborada por una gran consultora para cumplir el expediente. No vale un departamento de Gobernanza, de Compliance o de Auditoría Interna que esté supeditado a las directrices del puro negocio y no pueda ni abrir la boca.
Además hay que tener visión a largo plazo; es decir, dar continuidad y sostenibilidad al negocio en el tiempo. No son empresas, sino otra cosa, los chiringuitos que se esfuman cuando han obtenido un rápido retorno o a la primera dificultad.
La empresa, para ser tal, debe considerar no sólo a sus accionistas sino a todos los interesados -grupos de interés o 'stakeholders'- que son también los trabajadores, los directivos, los clientes, los proveedores, las entidades financieras, las administraciones públicas, la sociedad, el planeta. Y buscando el equilibrio necesario para no inclinar la balanza hacia unos más que hacia otros. El asunto es complejo, pero nadie dijo que fuera fácil.
La empresa también debe tener alma, que es la autenticidad, la misión, la marca, los valores. Hay personas que pululan por la vida como zombis al no tener alma; lo mismo ocurre con la empresas.
A veces confundimos al accionista con la empresa. Los trabajadores -cooperativistas o miembros de sociedades anónimas laborales, por ejemplo- aunque sean dueños de todas las acciones de la empresa no deben confundirse con la empresa; pueden tener su lícito objetivo de mantenimiento de los puestos de trabajo -¡a quién no le gusta conservar su empleo!-, pero deben adaptarse en productividad ó en perfiles a las necesidades empresariales.
Los fondos de inversión, aunque posean el 100% de las acciones de la empresa, no deben confundirse con la empresa; pueden tener su lícito objetivo de rentabilidad a corto plazo -¡a todos nos gusta sacar chispas a las inversiones!- pero deben adaptarse a los tempos de la empresa, no deben estresar un proyecto a largo plazo. Una familia, aunque tenga todas las acciones de la empresa, no debe confundirse con la empresa; puede tener sus lícitos objetivos de poder o de sucesión en la cúpula de la organización, pero sin poner en peligro los de la empresa.
Una entidad financiera, aunque posea el 100% de las acciones de la empresa no es la empresa; puede tener sus obligaciones legales de liquidación de activos o de imputación de deterioros que no casan con el mantenimiento de la actividad ordinaria de la empresa. Unos directivos, incluso aunque posean la totalidad de las acciones de la empresa, no deben confundirse con la empresa, ya que están, sobre todo, para lograr el difícil equilibrio entre todos los interesados -indicados anteriormente- y no para hacer prevalecer sus posiblemente lícitos bonus e incentivos (sujetos a ambiciosos resultados inmediatos) que pueden arriesgar el futuro de la empresa.
Estamos en una realidad compleja, donde casi todas las instituciones seculares se encuentran en entredicho: la familia con dispersiones y rupturas, el sistema educativo en ebullición, la religión perdiendo valores, la política desprestigiada… y las empresas desenfocadas, cuando son sociedades con su propia personalidad jurídica, sus derechos y obligaciones, con su alma y sus objetivos, que no deben confundirse con los de los dueños ni con los de los gestores, por muy lícitos que estos sean y por mucho que unos u otros intenten mimetizarse con ella.
La misión de los accionistas y de los gestores es estar al servicio de la empresa y no poner la empresa a su servicio. Creo que sería conveniente que esto último y qué es una empresa (indicado anteriormente) se explicase con mayor rigor en las facultades de Empresariales y en las escuelas de Negocios y, sobre todo, que fuese el modus operandi en el mundo empresarial.
Mikel Etxebarria es autor de 'Meditaciones compartidas. De Bilbao al mundo'.
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