El 17 de noviembre, en el Día Mundial de la Filosofía, alguien declaraba en las ondas que los filósofos eran ahora mismo, socialmente hablando, los ... más conservadores. No lo tome el lector al pie de la letra, pues en buena lógica decir los más conservadores ya es comenzar con un exceso por probar. Pero tampoco rehusemos pensarlo en algún sentido y de muchos de ellos, si esto nos lleva más lejos de una mera impresión y lo hacemos para algo.
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Me permitirán los filósofos, quiénes son estos, que penetre en terreno ajeno con el derecho que nos da que es de todos. Lo haré sin pretensión de maestro. Se suelen dar definiciones de filosofía demasiado evidentes, amor a la sabiduría es la más socorrida; y en cuanto al fin, que la filosofía nos enseña a pensar críticamente. Este calificativo, críticamente, suma mucho al primero, pensar, porque decir simplemente que 'nos enseña a pensar' es suponer que los demás no piensan. No, la filosofía es y nos enseña a pensar críticamente con un buen conocimiento de la historia de la ideas filosóficas y sus autores en el tiempo, al menos en Occidente, y, además, o al menos, con un buen manejo de la argumentación crítica en la inteligencia de sus temas.
Al menos, que se entienda lo que queremos decir con sentido crítico de cualquier realidad pensada o vivida y, así, que todos puedan respondernos en la misma lógica. La intersubjetividad es el valor sustancial en la pretensión y obligación de entender al otro y hacernos entender. Conocemos definiciones más elaboradas del concepto 'filosofía', pero ese tener conciencia mutua de lo que nos decimos sobre la existencia, con argumentos, es lo más sustantivo. Ahí construimos, después, un discurso o varios sobre el mundo y el ser humano, sobre la realidad tangible y el lenguaje, sobre la historia, la religión y cualquier realidad de la cultura.
En nuestros días, todo esto ha derivado en una apariencia de indefinición y relativismo. Acostumbrados a grandes sistemas filosóficos donde todo encajaba, por más que cada escuela construyera el suyo, lo que se ha dado en llamar posmodernidad tardía nos arrastra a modelos teóricos de aparente inconsistencia, indeterminados y simples, casi líquidos o gaseosos. Es lógico. Cada vez que en la historia de las ideas y sus justificaciones un cambio de época rompe la caja que las guardaba, las piezas saltan por los aires, y a veces hay quienes las quieren reunir a toda prisa, otros prefieren recomponer el juego advirtiendo de que es el tiempo de otra lógica, y no faltan quienes intentan extender la confusión convencidos de que eso es lo propio del pensar ante la catástrofe.
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Pero en todos los supuestos el uso de una razón críticamente inteligible es el hilo conductor del diálogo en el conflicto entre propuestas. Puede representar en no pocos un lenguaje críptico, solo para iniciados en la jerga; puede que escenifique una deconstrucción de las ideas más seguras en los demás o una provocación que se proponga alterar el juego convenido por todos hasta entonces, pero siempre hay -debe haber- un pensar crítico en aquello que nos ofrecen. Por eso atendemos a desde dónde hablan: centro o periferia, arriba o abajo, para ellos o para todos; por eso comprendemos lo que nos dicen y adivinamos el sentido de la salida que postulan; lo harán en positivo o en negativo, como oportunidad o como fracaso, para renacer o para morir, pero los entendemos y así son nuestros. Y esta es la cuestión mínima y primera que la filosofía nos resuelve: sabemos que son nuestros, los entendemos y nos entienden. No están ni estamos de acuerdo, eso suele ocurrir, pero es posible seguir escuchando y contestando.
El hilo del seguir filosofando que acabo de mostrar tiene otro cabo y es su condición ética. En sí misma, la ética es filosofía y se ocupa de dar cuenta de la fundamentación crítica de la moral, de si algo está bien o mal, y por qué, cómo y cuándo. La riña crítica sigue y sigue, pero no es insuperable. Es lo que hay, que se suele decir en otros ámbitos de la acción. Mantener la filosofía moral como la que nos enseña a pensar críticamente sobre la vida buena, el buen obrar y el buen convivir nos adentra en un diálogo más preciso y exigente sobre lo que es primero siempre: las personas y su dignidad, todas, nacionales o no; la sociedad de los iguales en derechos humanos fundamentales; la convivencia justa y solidaria de los pueblos iguales también en derechos y deberes para el bien propio y de todos; la solidaridad de todos con todos en la única tierra común de los pueblos; la comunidad de vida de todo lo creado.
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Y, por fin, la respuesta a la pregunta inicial: ¿son los filósofos los pensadores más conservadores del momento? No lo creo, y si lo son, lo son porque tienen que atender a los matices de la verdad y la justicia posible en cada enredo social. No hay simplismo populista que los sustituya. La catástrofe social es creer que se puede pensar de todo de cualquier modo, es decir, según me conviene.
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