Cambio de estilo
La socialdemocracia tiene una misión: más que insistir en destruir a Feijóo, crítica sensata a la política económica previsible de un Gobierno del PP
La espectacular victoria del PP protagonizó de modo inevitable la información televisiva en la noche del día 19. Hubo, sin embargo, dos episodios en esa ... información que revelaron la existencia de problemas graves en el tratamiento de las cuestiones políticas. La primera apunta a la propensión manipuladora del medio (TVE); la segunda, a la concepción de la democracia puesta de manifiesto por el mismo Gobierno con ocasión de la debacle electoral en Andalucía.
Esta última es sin duda la más significativa. Hubo dos visiones enfrentadas de la relación entre poder e información. De un lado, las reflexiones ponderadas, con la carga inevitable de tristeza y alegría en uno y otro caso, del vencido, el candidato socialista Juan Espadas, y del vencedor, el presidente popular Juanma Moreno. Como es lógico, ambos trataron de justificar sus respectivas actuaciones y prometieron un futuro mejor para sus opciones políticas. Y ambos demostraron su profunda adhesión a la democracia y al principio de alternancia en el poder.
En la vertiente opuesta, y en nombre del Gobierno, Adriana Lastra se superó a sí misma al confundir discurso político con agresión verbal. Para ella, en el PP «la involución» está personificada en Feijóo. Tampoco importa que en Andalucía el PP haya anulado a Vox, ahí estará hasta la eternidad Castilla-León para respaldar la denuncia. El adelanto de las elecciones le parece ejemplo de la oposición del PP a los intereses de los ciudadanos, etcétera, etcétera. Nada de felicitaciones, guerra a una amenazante oposición.
Lo malo es que esa táctica, obviamente alentada desde su refugio silencioso en La Moncloa por Pedro Sánchez, debería convertirse en un ejemplo politológico de 'efecto bumerán'. Después de Andalucía, nadie se lo va a creer por el hastío ante la insistencia en destruir a Feijóo por parte de Sánchez y los suyos. De nada sirve que el discurso oficial haga suya la agresividad de Vox, convirtiendo la buscada satanización de Feijóo en su promoción política.
El segundo aspecto es la sutil manipulación del montaje informativo, a efectos de minimizar la victoria prevista del PP. Para empezar, el nivel de los periodistas encargados de seguir y analizar el episodio en curso, salvo excepciones, no era el requerido, al ser enviados de diarios, con ausencias notorias. Nada de especialistas -sociólogos, constitucionalistas- en la formación del panel. Y al llegar la apoteosis de Moreno en la celebración, las voces de los comentaristas se encontraron fundidas con las imágenes finales de la fiesta popular. Así TVE logró el estupendo éxito de hacer la crónica de la jornada electoral, sin incluir un comentario audible sobre las declaraciones del vencedor, y sobre su relación con las previas de líderes de otras formaciones, estas sí comentadas. Y como habría dicho Lenin: manipular, ¿para qué?
Cabe pensar que esta línea de actuación de Pedro Sánchez solo puede tener efectos muy negativos a partir de ahora. Sirvió contra Casado, ya no. Al lado de errores nunca confesados, el Gobierno de Sánchez tiene en su haber bazas importantes, y sobre todo la socialdemocracia tiene ahora una misión que cumplir, bien distinta del mantra de bajar impuestos exhibido por los populares. Más que insistir en los ataques ya gastados y en la consigna de destruir a Feijóo, es en ese juego de afirmación razonable y crítica sensata a la política económica previsible en un Gobierno popular por donde debería encauzarse la recuperación del favor en la opinión pública.
Las elecciones francesas vienen también a probar la importancia de la articulación entre contenidos y formas de propaganda política. La insistencia de Mélenchon en una desautorización global de la 'Macronía', basada en un dualismo donde los papeles están fijados entre «los intereses del pueblo» y los antagónicos del presidente, ha servido para que La Francia Insumisa alcance un techo importante, pero también para demostrar la imposibilidad de superarlo por su rigidez en temas como las pensiones o Europa. Como habría dicho Georges Brassens, Mélenchon no tiene más que una cuerda en su violín; puede desestabilizar, no gobernar.
La rigidez, de signo opuesto, explica la magnitud del fracaso de Macron, evitando todo riesgo de recuperar el espíritu reformador que le eligió en 2017. Amén de oportunismo generalizado: antes 'no' a Ucrania en la UE, ahora 'sí' porque lo dicen Alemania y Bruselas. Tiene la suerte de que su fracaso se ha visto compensado con la resurrección del partido conservador, que sin duda le compensará el retroceso en escaños, a costa de seguir llevando a Francia a la derecha. Donde espera paciente Marine Le Pen, hábil con un perfil bajo en la campaña que hizo que su partido pareciera uno más. Y Macron se olvidara de sus románticos comienzos de enemigo jurado de la extrema derecha. Todo ha sido cuestión de estilo.
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