¿Es Ignacio de Loyola el vasco más universal?
Redescubrir al fundador de la Compañía de Jesús significa reencontrarnos con el mejor legado que entregamos al mundo
Hoy es la fiesta de Ignacio de Loyola, patrón de nuestra tierra y el vasco con mayor resonancia internacional. Una vez más decenas de miles ... de vascos entonaremos, en euskera, la marcha de san Ignacio, a la vez que cientos de miles de hombres y mujeres harán lo propio en otros muchos lugares y en su propio idioma.
Publicidad
El nombre Loyola, que seguramente evoca al lodazal que desde épocas inmemoriales hubo de asomarse al riachuelo que transita al pie del santuario dedicado a Ignacio, es sin duda el nombre vasco más universal. Me atrevo a decir que Loyola es más conocido internacionalmente que cualquiera de nuestras ciudades, que cualquier otro gran personaje histórico vasco, que nuestros clubes de fútbol o que cualquier plato de nuestra gastronomía. A lo largo de cinco siglos, millones de personas de diversas procedencias y condiciones han tenido conocimiento y han sabido ubicar al País Vasco en el mapa por tratarse, en concreto, de la tierra bendita en donde Ignacio de Loyola nació.
Los amantes de la historia saben que fue un personaje decisivo de la Contrarreforma católica del siglo XVI, fundador de la orden religiosa más universal y más cualificada, cuyos miembros, los jesuitas, se han dedicado, entre un sinfín de ministerios, a la astronomía, a explorar los confines de la Tierra y al trabajo cartográfico, a diseñar y edificar con sus propias manos universidades o a cuidar leprosos.
Los católicos medianamente formados reconocen en Ignacio a uno de los santos que más huella han dejado; a un «contemplativo en acción»; a un «monje cuyo claustro era el mundo»; a un caballero que se despojó de su espada y su armadura ante la Virgen de Montserrat para vivir como un mendigo; a un peregrino que antes de embarcar rumbo a Jerusalén entregó todo su dinero a los pobres, a quienes, acto seguido, pedía perdón por no tener nada más que darles.
Publicidad
Decenas de miles de estudiantes, repartidos por más de medio mundo, lucen camisetas y sudaderas en las que está escrita con letras grandes la palabra Loyola. Acuden a colegios, universidades y clubes deportivos fundados por la Compañía de Jesús y bautizados con el nombre de nuestro santo. Hace más de cien o ciento cincuenta años, los jesuitas erigieron universidades con el nombre de Loyola en los Estados norteamericanos de Maryland, Illinois, California o Louisiana. Hace unos años, callejeando por la ciudad boliviana de La Paz, a más de tres mil metros de altura, casualmente me topé también con la joven Universidad Loyola que, con muy escasos recursos económicos y con el apoyo decidido de antiguos alumnos de jesuitas, persigue asimismo educar y transformar la sociedad desde los valores y la pedagogía ignaciana.
Como le gustaba presumir a uno de sus mejores biógrafos, el navarro José Ignacio Tellechea, nadie que conoció a Ignacio de Loyola habló mal de él. Su 'leyenda negra' se elaboró mucho tiempo después y no resiste el contraste de la investigación histórica crítica.
Publicidad
El santuario de Loyola dista, en efecto, de ser un destino turístico vasco de primer orden, pero he conocido en América a antiguos alumnos de colegios jesuitas que me han confesado que cuando tengan la oportunidad de visitar Europa harán todo lo posible por acudir a la casa natal de Ignacio.
Ningún libro redactado por un vasco ha tenido, ni por asomo, el eco de sus 'Ejercicios espirituales', que terminó de escribir ahora justo quinientos años. Algunos de aquellos textos llegaron a ser traducidos hasta en lenguas indígenas americanas. No es un libro propiamente para leer, sino que, como el mismo Ignacio dejó anotado, pretende ayudar a «examinar la conciencia», «meditar», «contemplar». Ha llegado a despertar el interés, por igual, tanto de teólogos como de psicólogos y psiquiatras.
Publicidad
Más recientemente en diversos puntos del planeta se han organizado, incluso, tandas de ejercicios espirituales destinadas a directivos de empresas, no necesariamente creyentes, atraídos por el «liderazgo ignaciano»; es decir, por su modo de proceder y gobernar la Compañía de Jesús los quince años que estuvo al frente de ella y que, en buena medida, quedaron recogidos en las 7.000 cartas que envió durante ese tiempo. Podríamos decir, sin exagerar, que nuestro Ignacio se adelantó cinco siglos a los modelos más avanzados de gestión empresarial y, en especial, a los paradigmas de liderazgo con capacidad de transformar. De muy pocos personajes históricos se podría decir algo parecido. Otro motivo más para sentirnos orgullosos de él.
Razón tenía el escultor Jorge Oteiza cuando afirmaba que «lo que se dice de San Ignacio se dice de nosotros». Redescubrir a Ignacio de Loyola significa reencontrarnos con nuestra historia y con el mejor legado que hemos entregado al mundo.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión