My Lai y el audaz Hersh
El reportero obtuvo el Pulitzer en 1970 por desvelar la matanza en la aldea vietnamita de un número indeterminado de civiles
Hace más de medio siglo que los nombres de la aldea vietnamita My Lai y de Seymour Hersh quedaron unidos. De padre lituano y madre ... polaca, este reportero nació en Chicago, en 1937. Licenciado en Literatura inglesa, se inició en el periodismo muy joven, trabajando por cuenta propia; llegaría a estar en la plantilla de 'The New York Times' y del 'New Yorker'. Se especializó en el periodismo de investigación; cuando los diarios tenían recursos y los periodistas se exigían tener carácter. Hersh se adiestró en verificar datos y en distinguir lo que era noticia y lo que no, para buscarla.
'Reportero' es el título que dio a sus memorias, publicadas hace tres años y de las que John Le Carré dijo que eran de lectura obligada para cualquier periodista o aspirante a serlo.
Hersh obtuvo el premio Pulitzer en 1970, por una serie de artículos que publicó a finales de 1969 detallando una matanza del Ejército de Estados Unidos en una aldea de Vietnam. Pudo sentir cómo quienes dirigían la guerra «estaban dispuestos a mentir para ocultar su estrategia perdedora»; las locuras de la guerra, dijo, «se originaban en lo más alto de la cadena de mando» y no se consideraba delito matar a sangre fría o violar a vietnamitas, en contra de las propias normas de Estados Unidos.
Como corresponsal en el Pentágono, Hersh investigaba el exceso de gasto en proyectos del Departamento de Defensa; era, pues, para los mandos militares una mosca cojonera. Sin embargo, conoció a oficiales que entendían que su juramento de servicio les exigía cumplir y defender la Constitución, no al presidente ni a cualquier superior inmediato. Hersh recalcaba que «si uno quiere ser un buen periodista de temas militares, debe ir al encuentro de esos oficiales», la parte ejemplar del ejército.
Dos datos dan idea del contexto de aquel entonces. En 1960, casi 400.000 estadounidenses estaban de servicio en Vietnam. Y el precio para entrenar a cada piloto de la Marina, para despegar y aterrizar desde los portaviones, rondaba el medio millón de dólares. Hersh dice que no podía mirar para otro lado ante cosas, como las pruebas de guerra biológica, cuyos efectos son de una brutalidad extraordinaria.
Dice Hersh que una carambola, de las que se dan una vez en un millón, le llevó hasta su hombre. Se enteró de que alguien iba a ser juzgado por un tribunal militar, en el Estado de Georgia, por la muerte de un número indeterminado de civiles vietnamitas; el asesinato gratuito de civiles era ocultado a la opinión pública. Tras una conversación con un militar cualificado -que le dijo: «Ese Calley es un loco»-, logró saber que se trataba de William Calley, un joven de Miami de 26 años. Era teniente y lo habían escondido (no encarcelado) en un cuartel de la élite del ejército. La atroz matanza se produjo en marzo de 1968.
Hersh dedicó mucho tiempo a dar con él, hasta que lo consiguió. Poco antes, se le repitió: «Ese chico estaba loco, nada más. Según he oído, cogió una ametralladora y disparó contra todos él solo. No escribas sobre este caso. No le haría bien a nadie».
Aquel joven que asesinó a mansalva, de forma bestial, podía ser un chivo expiatorio con el que tapar otras responsabilidades.
Por procedimientos oblicuos, de forma inesperada, acertó a saber que el auto de acusación contra Calley se refería al asesinato premeditado de 109 seres humanos 'orientales'; un adjetivo desafortunado, sostiene Hersh. Fort Benning era una instalación abierta y pudo llegar al interior del puesto principal. De tamaño colosal, más de setecientos kilómetros cuadrados (casi como la ciudad de Nueva York). En aquel inmenso laberinto, Hersh supo llegar hasta Calley, quien se prestó a charlar a solas con el periodista unas horas. Entre repetidas copas, pudo cerciorarse de las grandes contradicciones del relato del encausado, ya enfermo con una úlcera de estómago grave. Confiesa Hersh su primera impresión: «Llegué con intención de detestarlo, de verlo como un monstruo o asesino de niños, pero «me encontré con un joven confundido y abrumado, de corta estatura, flaco y tan pálido que eran visibles las azuladas venas del cuello y los hombros».
Lo cierto es que en un dispositivo de 'búsqueda y destrucción', tras no encontrar tropas enemigas «la fuerza operativa había incendiado, violado y asesinado a su antojo». En 1971, Calley fue condenado a cadena perpetua y a trabajos forzados. Nixon ordenó su arresto domiciliario, que se le levantó casi tres años después, a la espera del veredicto de apelación. Confirmada la sentencia, volvió a la cárcel y al poco se le conmutó la pena. En total, pasó entre rejas tres meses y trece días por el asesinato premeditado de veintidós civiles.
Hersh cuenta que no quiso que ni un solo párrafo con máximas antibelicistas contaminara su reportaje. En 1973 viajó a Hanoi y no aceptó dar una charla por radio sobre My Lai. Su labor de denuncia ya estaba hecha.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión