El trágico atentado yihadista de Algeciras ha caído rápidamente en el olvido. Desde el primer momento, pudo apreciarse que tal era la intención del Gobierno ... al poner por delante, ya en la 'front page' de su órgano oficioso, la opción preferente de la enfermedad mental del terrorista. Las declaraciones de sus compañeros de vivienda lo confirmaron lógicamente, defendiendo la imagen de grupo: se había despertado en Yassin su vocación integrista en fecha muy reciente, de modo inesperado, ya que antes bebía, fumaba hachís y no prestaba atención a la práctica religiosa.
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El yihadismo quedó entonces al margen de la versión oficial y, a pesar de la tajante opinión del juez instructor, resultó diluido. Fiel portavoz de la doctrina oficial, el ministro Marlaska sentenció: «Están abiertas distintas hipótesis». Y como para los ERE andaluces al poner por delante el triste caso personal de Griñán, lo esencial quedó cubierto por una capa de silencio elaborada rigurosamente.
Ahora se conocen nuevos datos y, según cabía esperar por los antecedentes, los medios oficiales persisten en un confortable silencio. ¿Para qué buscar los tres pies al gato si ya el Gobierno tiene ante sí suficientes problemas y solo se ganan complicaciones al adentrarse en el tema de un lobo solitario, marroquí por más señas, y con los medios de Interior comprometidos por una expulsión no llevada a cabo? Un pésame de Pedro Sánchez a la familia del sacristán por «el fallecimiento» de éste, como si hubiera sido un accidente de tráfico, sigamos con la enajenación mental y a otra cosa.
La investigación judicial sobre los videos incautados a Yassin Kanjaa y a su entorno, que resume Alejandro Requeijo en 'El Confidencial', nos lleva a otro terreno. Para haberse enganchado al yihadismo en fecha muy reciente, nuestro «actor solitario» -etiqueta de aire neutral con que le denomina Fernando Reinares, evitando la habitual y más dura de 'lobo solitario'- conoce perfectamente los fundamentos coránicos de su acción y los va desplegando a lo largo de su recorrido mortífero.
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Parte como enseña del 'takbir', 'Allah-u-Akhbar', 'Alá es el Grande', y desde ahí trata de infligir su castigo a los sacerdotes, principales sembradores de la corrupción -confundió al sacristán macheteado con un cura- en una sociedad, la cristiana de Algeciras, a la cual detestaba, sirviéndose de referencias coránicas como el castigo a las hijas de Loth por su depravación. Su insistencia en la unicidad de Alá le sitúa en la órbita del integrismo propio de Estado Islámico; y la exhibida ante sus amigos, en la necesidad de castigar en la tierra a aquellos que no creen, dentro de una estricta ortodoxia coránica. Era un perfecto conocedor de la ortodoxia yihadista, incluso en la decapitación como medio; otra cosa es que la vocación activista de su fe se activara en fecha reciente.
Por eso resulta inapropiada, salvo para fines políticos oportunistas, poner la carreta delante de los bueyes, dando prioridad a una enajenación que nos permitiría eludir el tema de la amenaza del yihadismo individual. Algo diferente es tomar en consideración esa posibilidad a la hora de enjuiciar la conducta del terrorista. Así se hace siempre en Francia, sin que eso suponga eludir el análisis de los atentados como tales.
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En un reciente artículo en estas páginas, Fernando Reinares ha efectuado una rigurosa revisión de la historia de ese yihadismo individual. Pero convendría añadir que sus primeros ejemplos se encuentran en las páginas del Corán, en cumplimiento de la eliminación de los enemigos de Alá y de la necesaria crueldad a ejercer sobre los no creyentes, y que la era de los 'lobos solitarios' nace a partir de las recomendaciones de Al-Zawahiri y, sobre todo, en el llamamiento de Setmarian hacia 2005 para encontrar un sustitutivo al fracaso de las grandes organizaciones en la práctica de la yihad.
Entonces surge la pregunta: ¿desarreglo mental endógeno o impulsado por la cascada de consignas de aniquilación en auge desde Estado Islámico? Amén de que la enajenación mental transitoria puede ser una coartada lamentablemente eficaz para exculpar a terroristas y para trivializar el problema, alejándonos de la necesaria labor de contención ideológica, ya que el yihadismo es una forma radical de la ortodoxia coránica, no algo ajeno a la misma.
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Claro que todo resulta más tranquilizador con la tesis oficial, reforzada involuntariamente por Reinares al defender que «los actores solitarios sean individuos con problemas de salud mental», si bien sería bueno corroborarla con más de un ejemplo. Como si el yihadismo no fuera en sí ya una patología. El 'actor' de Algeciras, fiel al dogma yihadista, con el machete en un falso techo y el móvil escondido a tiempo, no parece ser merecedor de esa cláusula eximente. Asumirla además, implica de cara al futuro marginar el tema esencial de los adoctrinamientos yihadistas que no tienen necesidad de ser actualizados mediante la inserción en un colectivo de acción. Hasta ahora, mirando a Algeciras, Pedro Sánchez no lo ha tomado en cuenta, sino todo lo contrario.
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