La construcción de la democracia en España fue un ejemplo de cómo las metamorfosis, de partidos y en ideas, pueden contribuir a la convivencia política ... en un país; más aún en nuestro caso, ante el desgarramiento causado por una guerra civil. El país se encontraba en un callejón sin salida, con un régimen dispuesto a perpetuar su victoria, aplastando cualquier disidencia, y la oposición bloqueada por la idea de una imposible revancha.
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Con toda su inseguridad, la propuesta de «reconciliación nacional» del PCE abrió el camino para un zigzagueante proceso de mutaciones, donde por un lado sectores jóvenes del franquismo, una vez visto que no podía clonarse el PRI mexicano, asumieron el riesgo de encabezar con el Rey el tránsito a la democracia, y por otro desde el PCE, la izquierda asumió la exigencia de ajustar su maximalismo al objetivo democrático. La metamorfosis nunca fue total -Carrillo era un perfecto estaliniano- pero los resultados ahí están. Con la Ley de Amnistía, Fraga presentándole en el Club Siglo XXI fue el símbolo de una nueva era de convivencia política.
Ahora amenazada, y no solo por el rayo que no cesa de los independentismos. En España, como en Italia o en Francia, el desgaste de la democracia representativa tuvo como frutos el auge de los populismos y de las corrientes antisistémicas, a veces fundidos. También aquí puede tener lugar una metamorfosis de adecuación, como la operada en el Movimiento 5 Estrellas italiano, hoy un partido más, aunque con comportamientos inexplicables, como el que acabó con el Gobierno Draghi y abrió la puerta a la posfascista Meloni. El problema en España es que los esperados transformismos de los grupos antisistema, Podemos y Vox, no han tenido lugar, y con ello queda garantizada la inestabilidad del sistema político.
El pronóstico puede ser optimista, con la sustitución de Podemos por Sumar, pero tampoco aquí cabe menospreciar el ansia de poder visible en Yolanda Díaz, muy superior a su creatividad política y a la sinceridad de sus palabras (y de sus medidos silencios). La deriva de Colau hacia la autodeterminación como recurso de supervivencia, más el fichaje del hombre de las dos caras, Agustín García Maraver/ Gustavo Buster, nos sitúa ante una posibilidad de actuación política anticonstitucional, similar a la de Unidas Podemos por puro oportunismo. Resulta significativo que el diplomático ultrarrojo haya borrado sus artículos en 'Sin Permiso', igual que la impresentable líder parlamentaria de Vox en Aragón, 'Qui male agit odit lucem', quien obra mal, odia la luz. Nuestra gran esperanza blanca de la izquierda deberá aclarar sus ideas ante los ciudadanos. Para eslóganes buenistas y representación teatral permanente, ya tenemos a Sánchez.
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Precisamente Sánchez ha sido determinante en el bloqueo de las metamorfosis hacia la democracia. Ahora se envuelve en la mentira para tapar su papel de avalista de Bildu como partido de izquierda democrática perfectamente asimilable. Lo hizo también, aquí en una situación poselectoral extrema, admitiendo a Podemos para formar su subgobierno en el Gobierno. Aquí menos mal que estuvo Yolanda.
A cambio de la supervivencia en la legislatura, ambos pagaron el precio. Más allá de su flagrante error, la UP de Montero y Belarra, y Pablo, mostró en la política de género que contaba solo imponer sus políticas desde un sectarismo primario. Además, ceguera. La actitud de UP ante la última movilización iraní, y la consiguiente represión, fue lamentable.
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Por fin, a la vista de lo que está sucediendo en los pactos poselectorales, Vox ha tenido la amabilidad de proceder a un inesperado, pero lógico, destape de su naturaleza política. Cabía pensar que se atuviera a un papel de radicalización de las políticas conservadoras y 'antisanchistas' del Partido Popular. Pero Abascal no sigue esa línea sino la de la competencia a fondo con un PP acusado de tibieza y complicidad. Sería, en sus propias palabras, «un socialismo azul». El objetivo de Vox es la destrucción del «régimen de 1978», desde la imposición centralista a la prohibición de partidos nacionalistas, de la supresión de la «política de género» a la del carril bici.
Los personajes que van saliendo a la luz presentan una singular especie política, la de los neofranquistas que parecían haberse extinguido, cobijados dentro del PP. Ahora avanzan tras el 28-M e imponen su ley. Son lo que fueron, y no importa que haya un beneficiario poco grato: Pedro Sánchez.
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El vuelco de Extremadura plantea una pregunta: ¿Quien manda en el PP? Lo sucedido destroza a su candidata y arruina «la palabra» de Feijóo. Parece claro que el conjunto de intereses económicos dominante en el partido prefirió entregar las generales a perder sus beneficios en la comunidad autónoma. Así Feijóo tendrá una merecida derrota, mientras Vox adquiere una lamentable hegemonía a su costa de cara al futuro. Y si queda garantizado que tras el 23-J Vox estaría presente en un gobierno presidido por el PP para llevar a la práctica sus políticas de acoso a la modernidad, Sánchez tiene razón al pedir el voto para la izquierda por un poco atrayente sálvese quien pueda.
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