La torpeza de costumbre
Lo de los regalos a Vox en esta campaña empieza a ser un 'expediente X' digno de Iker Jiménez. Porque no hay ninguna explicación mínimamente ... lógica para una estrategia política tan rematadamente torpe como la que PP y Cs culminaron ayer con sus nada convincentes intentos de desmarque de la iniciativa -chapucera, jurídicamente absurda y políticamente peligrosa- de los ultraderechistas para ilegalizar a los partidos que amenacen la unidad de España. La primera razón que se le ocurre a cualquiera es de primero de política: jamás hay que dejar que el rival directo logre imponer su agenda y tomar la iniciativa. Se corre el riesgo de aparecer como un segundón a rebufo de la sigla fetén. Y de toda la vida se ha sabido que, entre el original y la copia, el elector siempre va a preferir el primero.
La otra razón tiene que ver, básicamente, con la importancia que en política tiene aprender de los errores. Y, en esto, tanto los naranjas como, sobre todo, los populares han demostrado estar pez. Porque si algo se demostró lesivo para sus intereses el 28-A fue dejar que Pedro Sánchez armase la narrativa de la campaña en torno al freno a la involución con que identificó al 'trío de Colón', a.k.a. el trifachito en terminología abertzale. Todo aquello le rentó a Sánchez y la derecha se quedó lejos de poder erigirse en alternativa. Tampoco Vox pudo colgarse medallas a pesar de irrumpir con 24 escaños que, según los últimos trackings internos de los partidos, podrían ahora doblarse sin demasiados problemas.
En puertas del 10-N, los errores de bulto de Sánchez, también estratosféricos, brindaban al PP la ocasión de aprovecharse de una tendencia claramente ascendente en las encuestas. La idea era volver a desplazarse hacia el centro y aprovechar las señales de alarma en la economía para desviar el eje de la discusión pública. Tenían al alcance los malos datos del paro y la rebaja de las previsiones europeas de crecimiento de España, pero Cataluña, primero, y las propias maneras de 'starlette' emergente de Vox, después, lo han tapado todo.
Con Rivera convertido en carne de meme, Pablo Casado tenía pista libre pero no ha podido, o sabido, aprovecharlo. Da que pensar que alguien haya podido colegir en Génova que unirse al enemigo es la mejor manera de vencerlo. Recuerda a la invitación que el candidato popular hizo a los de Santiago Abascal para entrar en el Gobierno en vísperas del 28-A o a la propuesta que aprobaron en el Senado para cerrar el grifo de las transferencias a Euskadi. Salvo la 'boutade' de Ayuso sobre la quema de Iglesias en el 36, la deriva parecía conjurada. Hasta que, de nuevo, el miedo escénico les devolvió a la torpeza de costumbre. Las urnas dirán hasta qué punto lo pagan.
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