Steiner
Igual que en la música, el silencio es lo más profundo de lo que contamos
Cuando muere un hombre de la talla de George Steiner, me da la sensación de que el mundo se encoge un poco más, como si ... estuviera aterido de frío en este extraño y cálido febrero. Probablemente esta sutil percepción sea debida a que la agenda que distribuye nuestro tiempo no deja espacio a cosas tan efímeras como el pensamiento, o a la reflexión; y yo, que conocí su obra por azar, aún no le he dedicado el tiempo que merece. El trafico de información, el ruido de la desinformación y el trajín de pertenecer nos constriñe y aprisiona la capacidad de percibir la belleza de la vida estrangulando la quietud que suele preceder a la sabiduría. ¿Qué tiempo queda entre el coronavirus o que los parlamentarios justifiquen que los próceres de la CUP cobren su soldada, reiterando que no asomaran por el hemiciclo? Pero este es nuestro tiempo, un reconocido delincuente con el que debemos convivir porque formamos parte de él, y en el que el periodismo, que empieza a mostrar pequeños síntomas de lucidez, incluye entre los titulares que un pensador, una rara avis, ha muerto esta semana en Cambridge.
Steiner, cuyas obras son desconocidas para la mayor parte de los ciudadanos, recibió el premio Príncipe de Asturias en el 2001. Dotado de una enorme curiosidad, apasionado en la labor de trasmitir el amor por la literatura y el conocimiento, en su discurso habló de las lenguas, del silencio y la palabra, del mítico castigo bíblico de Babel, donde de la noche a la mañana un pueblo amaneció hablando distintas lenguas, y dónde fue imposible comunicarse. Yo lo conocía, quiero decir, el cuento de la biblia, pero no había advertido la larga sombra que proyectaba semejante alegoría.
Este hombre declaró recientemente que durante 36 años había dirigido a una anónima interlocutora cientos de cartas en la que había contado lo más ilustrativo de su vida. La orden de Steiner ha sido que esas cartas, debidamente selladas, se guarden en un archivo del Churchill College, donde residirán inéditas hasta el año 2050, y que solo a partir de entonces, cuando el filósofo preveía que habrían muerto su esposa y sus seres más allegados, podrían consultarse. «Es un 'diario compartido' con mi destinataria, en el que es posible encontrar incluso mis sentimientos más íntimos y mis reflexiones estéticas y políticas».
No podré leer esas cartas. Quizás me incluye entre sus seres queridos a los que no desea herir con la verdad de sus secretos. Los que amamos la palabra poseemos un extenso territorio donde refugiarnos y preservar nuestra intimidad. No sé si ha descansado en paz el gran Georges Steiner. Quizás ese guion que guardó bajo llave fue la novela creativa que siempre quiso escribir y donde las palabras que no dijo atronaran el futuro. Igual que en la música, el silencio es lo más profundo de lo que contamos.
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