El síndrome del nieto único
Euskadi vive vive una situación demográfica y social con todas las alarmas encendidas. Los políticos que nos gobiernan no ven más receta que la de más nación vasca y menos española
Las estadísticas y los balances demográficos y económicos no pueden ser más contundentes: nuestra sociedad, la vasca, atraviesa una situación no ya de estancamiento sino ... de verdadera recesión a todos los niveles. No nacen niños en proporción a la población que tenemos y nuestra economía se corresponde también con esa tendencia. Así que tampoco hay miedo por una avalancha de inmigración que compense esa falta de efectivos, porque es que no hay una economía que la demande -o no en esa medida-, a tenor de las más que modestas expectativas que genera.
Falta ilusión para hacer cosas en común y parece que nadie se quiere dar cuenta de eso. Con lo que nos abocamos a una situación para la que en algún momento habrá que hacer una reflexión de país. Porque para mí que esta evidente falta de empuje demográfico que tenemos, así como esos datos de una economía sin tirón que reflejan todos los balances de fin de año, van en concordancia con una tendencia política en la que el nacionalismo ha conseguido, está consiguiendo, copar todos los ámbitos de actividad y de decisión en Euskadi.
La imagen cada vez más usual de familias enteras en las que solo hay un nieto o una nieta con quien gozar de la Navidad resulta de lo más ilustrativa. Son familias donde la generación de los hijos nació en pleno desarrollismo, protagonizó la Transición a la democracia y asistió atónita a una actividad de ETA en la que una sociedad expansiva se permitió despilfarrar de la manera más incomprensible e insoportable la riqueza económica, política y social acumulada por toda una generación, y que, en definitiva, vio cómo se imponía una visión de Euskadi nacionalista que pretendía borrar cualquier manifestación que tuviera que ver con la presencia de España.
Aquella generación, que es la mía, hizo un esfuerzo enorme en términos humanos y culturales por incorporar a sus vidas la realidad de un euskera que muy pocos habíamos heredado de nuestros padres, porque procedíamos del ámbito de la inmigración de otras partes de España. Pero, aun así, hubo ese esfuerzo y esa intención porque los niños se educaran en euskera y porque se entendieran a la vez con sus aitites que no conocían esa lengua y porque viajaran al pueblo de los abuelos, que distaba de Euskadi varios cientos de kilómetros. Difícil encaje de culturas, de proyectos, de visiones de la vida, en la que se embarcaron muchas familias vascas con una sana intención de conllevar todas las procedencias, todos los imaginarios de tres generaciones distintas de vascos.
Y ese gran experimento social que supuso crear una sociedad con una fuerte impronta nacionalista vasca sobre lo que era un mestizaje producto de una segunda industrialización y de una transición política costosa y necesaria, confluye en el síndrome del nieto único. Por el que las abuelas y amamas coinciden en la parada del autobús en el que llega el nieto único del colegio, a ver cuál de las dos se lo lleva a casa a merendar hasta que vengan ama o aita a recogerlo. Y por el que tíos y tías tienen que compartir al único sobrino con el que experimentar una situación postiza de padres para la que no se ven capaces, o incluso suficientemente maduros y eso que ya hace varios años que rebasaron la treintena. Y un nieto único que en su vida las vio más gordas y ve cómo le caen regalos de todas partes sin tener a nadie de su edad en su entorno más próximo con quién compartirlos y disfrutarlos.
No estamos haciendo una sociedad con fuerza ni con futuro y creo que mucha parte de culpa de esta situación la tiene una visión demasiado estrecha de lo que somos. No puede ser que los políticos más votados de este país hablen una y otra vez de una nación vasca separada de España y con una cualidad homogénea que no se corresponde para nada con la realidad que vivimos en los municipios más importantes de este país. Y por lo que respecta a los municipios más pequeños, en particular los de la vertiente cantábrica, aquellos en los que el euskera siempre fue lengua mayoritaria, representan una parte muy pequeña de la población, apenas el 10% y con una situación demográfica extremadamente delicada. Como muy bien saben los expertos en sociolingüística, esos municipios, a los que en euskera se llama 'rnasguneak', por ser en los que el euskera se mantiene como lengua de uso habitual, viven en una situación tan frágil que cualquier nueva urbanización que suponga un aporte de población ajena los desequilibraría, con la consiguiente pérdida de la hegemonía del euskera en ellos. En Álava solo hay un municipio de estas características, Aramaio, incrustado entre Bizkaia y Gipuzkoa, donde no viven ni quinientas almas y donde cualquier alteración de este tipo sería fatal para su equilibrio lingüístico. Pero, por el contrario, Álava es el territorio que más crece en Euskadi, de manera harto tímida eso sí, y lo hace sobre todo por su condición de sede de las instituciones comunes.
Ese nieto único o esa nieta única representan mejor que nadie en Euskadi una situación demográfica y social en la que ya llevan hace tiempo encendidas todas las alarmas y para la que los políticos que nos gobiernan, a nivel municipal, provincial y autonómico -todos representantes de la mayoría nacionalista- no encuentran más receta que la de más nación vasca y menos nación española. Y yo estoy en que por ahí no vamos bien y los datos a la vista están.
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