Borrar

Siempre es verano y hace calor

Seguiremos con las entendederas aflojadas por la canícula, el destrozo del lenguaje seguirá aumentando y las palabras seguirán perdiendo su capacidad de significar algo

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Miércoles, 9 de agosto 2017, 00:57

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Sobre todo en los últimos años y debido al cambio climático, siempre es verano y hace calor. Pero estas líneas pretenden tomar otra dirección. Parece que el hecho de que los famosos también toman vacaciones es una buena ocasión para ocuparse de sus asuntos familiares, amorosos, además de sus atuendos y giras. Quién se divorcia de quién, quién tiene nueva compañía, qué hacen los hijos, con quién van de vacaciones, si el rey saluda a sus sobrinos Urdangarin, pero no la reina, festivales por aquí y por allá -parece que ningún rincón de España se libra de ellos-, la vida en rosa, en papel couché, el reinado de la superficialidad, el timo de la felicidad contada a todos los vientos, en general además con un añadido de filosofía de la vida, apotegmas sobre el amor, y hasta recaditos a los políticos por no hacer bien su trabajo.

Pero parece que a estos lo único que les importa es parecerse a quienes viven en la prensa rosa. No porque a ellos les apetezca salir en la misma, sino porque parece que el calor veraniego -que no se limita solo al verano- debilita sus meninges. Algunos de ellos han llegado a la conclusión de que todo lo que no sea poder hacer mi/nuestra santa voluntad no es democracia. Somos nación cultural y/o política, somos nación de naciones, pero mirado en pureza, cada una de las naciones que conforman la nación es a su vez una composición de distintas naciones, con lo que nos empezamos a parecer a esas muñecas rusas que, creo, se llaman matrioskas, de forma que de la exterior sale otra más pequeña y de ésta otra y así sucesivamente. En el caso de la nación de naciones no se sabe dónde acaba ese proceso de extracción de muñecas sucesivas. Es probable que en el individuo ciudadano. Pero ¿de éste quién se acuerda?

Antes existía la soberanía del pueblo organizado en Estado nacional. Ahora la soberanía se ha independizado y vaga cual alma en pena por doquier, no en su forma original -parece que hemos olvidado la definición dada por Bodino: poder absoluto, ilimitado, incomunicable, indivisible e intransferible, es decir todo menos democrático- si no como soberanismo, derecho de autodeterminación, federalismo asimétrico, confederalismo y un largo etcétera. Y no hay día en el que no nazca algún término que suena a nuevo para indicar no se sabe bien qué. Por ejemplo el ser sujeto político, un sujeto político que desaparece por justa conquista.

Y todo ello sin perjuicio de la igualdad, del federalismo cooperativo. Y para terminar de arreglarlo todo la reserva foral, que para algunos es ya en sí una fórmula confederal avant la lettre (o aprés la lettre) que mágicamente resuelve la contradicción inevitable entre mayor financiación per cápita y mandato constitucional y democrático de igualdad recurriendo a la responsabilidad unilateral en la recaudación fiscal.

Viva la diversidad y el que no aplauda fascista. La diversidad como camino hacia la igualdad y la fraternidad, pero siempre que la diversidad sea territorial y geográfica, pero nunca social y entre ciudadanos y grupos de ellos. Y además con la seguridad de que la una no incide en la otra, porque los territorios son los territorios y no contienen a ciudadanos dignos de igualdad, sino que por ser habitantes de un territorio determinado tienen el derecho histórico a una mayor riqueza, a un mayor bienestar, a una mejor atención de los poderes públicos, a mayor gasto en farmacia, en sanidad, en educación. Porque además esos derechos históricos se argumentan con el hecho de haber sido víctimas de una entidad no representada hoy por nadie, por lo que no se sabe quién termina pagando la factura. O se sabe demasiado bien, pero no está bien visto decirlo: los otros.

Porque si hablamos de haber sido víctimas -y todo indica que lo que afecta al tan citado problema de la territorialidad el culpable sigue siendo siempre el mismo, España como continuidad de Franco y su dictadura-, tenemos que hablar de memoria histórica. Y hablando de memoria histórica unos olvidan que el alzamiento no estuvo justificado, aunque las elecciones del 36 se celebraran en un contexto de violencia y fraude. Otros quieren homenajear al cinturón de defensa de Bilbao, olvidando que quien lo diseñó se pasó con los planos al bando nacional y olvidando, cuando se celebra que la planta de Talgo en Rivabellosa consigue contratos que garantizan puestos de trabajo, que la G significa Goicoechea, el diseñador del cinturón de Bilbao, y la O significa Oriol, carlista del bando nacional y ministro de justicia de Franco, al igual que lo fueron, ministros, otros vascos, porque la Guerra Civil también lo fue, civil, en Euskadi, y hubo víctimas de ambos lados, y verdugos también de ambos lados. Uno se pregunta cuál es la función que cumple tanto recuerdo de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco cuando estamos mostrando tanta incapacidad para hacer justicia a la memoria de las víctimas asesinadas por ETA. ¿O es que se trata de que la idea de dos bandos empiece a valer o siga valiendo también para entender a ETA?

Seguirá el verano, seguirá el calor, seguiremos con las entendederas aflojadas por la canícula, el destrozo del lenguaje seguirá aumentando, las palabras seguirán perdiendo su capacidad de significar algo, la superficialidad de los debates se acrecentará en la medida de la pérdida de significado de las palabras, la tiranía del método continuará destrozando la validez de los saberes. Y los políticos construirán sus discursos políticos con la letra de la canción del verano, ‘Despacito’.

Es la desgracia del verano perpetuo, la consecuencia de la flojera intelectual que nos provoca el calor: nada serio se puede esperar cuando estamos afectados por el virus que produce un desvarío mental sin precedentes donde todo da igual, nada significa nada, las palabras son juguetes al servicio de una táctica que normalmente no dura ni el tiempo que se necesita para formularla, porque las palabras no la pueden sostener siendo como son, y como decían los clásicos, meros flatus vocis.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios