Sangre y promesas
Bilbao ·
El crimen de Zabala tiene un epílogo preocupanteAdemás de con un hombre de 45 años muerto en plena calle, los sucesos del jueves al mediodía en San Francisco han terminado con una ... familia, la de los dos agresores confesos, poniendo pies en polvorosa. Sabiendo que irse de Bilbao no sería suficiente, han decidido irse de Bizkaia. Ha ocurrido porque la ley gitana exige la venganza con mucha ambición genealógica. No debe de ser nada tranquilizador saber que puede recaer sobre tus hombros la culpa, no sé, de un primo segundo tuyo que nunca ha estado en sus cabales.
Por otro lado, no deja de ser llamativo que la ley gitana parezca imponer del mismo modo terrible la venganza y la agresión previa a la venganza. Artículo uno: en caso de ruptura sentimental y ofensa al honor familiar, tú líate a tiros. Artículo dos: si se lían a tiros con tu familia, tú líate más a tiros con la familia contraria, intentando matar, a ser posible, a un número mayor de familiares. No parece ese un ordenamiento legal demasiado útil ni tampoco uno especialmente meditado. Debería tenerse en cuenta antes de referirse a él con esa fascinación medio pazguata que se manifiesta a veces por lo ancestral y lo violento.
Fue precisamente liarse a tiros lo que hicieron el jueves el padre y el hijo que se fueron escopeta en mano a por David Goicoechea. Parece que habían tenido antes un enfrentamiento con él y con su hermano, y que era con este último con quien mantenían una disputa por un asunto sentimental. El clásico de Calderón y la honra herida, esa concreta pestilencia. El crimen del jueves en San Francisco es machista y patriarcal a más no poder, aunque no haya terminado esta vez ninguna mujer en el hospital o en la morgue.
Ayer en una iglesia evangélica de Miribilla comenzó a velarse el cuerpo de la víctima, que era al parecer un viejo conocido de la Policía. Como si la realidad hubiese querido ensayar el humor negro, quienes terminaron con su vida eran al parecer más conocidos en el culto evangélico. Puede que su pastor no tuviese tiempo de llegar a lo de evitar en lo posible asesinar a los demás. Es una parte importante de cualquier libro que merezca ser sagrado. Deberían recordarlo quienes el jueves en San Francisco, con el cadáver de un hombre en la acera, anunciaban la inminencia de una «guerra». No lo hacían pidiendo auxilio sino apuntalando una amenaza.
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