Si no fuera porque Alberto Chicote pesa varios kilos menos -por cierto, qué mínimo que grabar una nueva cabecera, aunque sea por vergüenza-, no me ... atrevería a asegurar que el episodio con el que 'Pesadilla en la cocina' abrió el jueves su nueva temporada, en concreto la séptima, era realmente nuevo. Y eso que el equipo de La Sexta puso toda la carne en el asador, presentando al cocinero, todo un animal televisivo ya, a lomos de un caballo en el Mosto Tejero, un cortijo en Jerez de la Frontera que, atención, figura ya como cerrado permanentemente en Google Maps. La cosa tiene truco: el programa se grabó en marzo de 2018 y la situación del negocio, que era entonces desastrosa, «es ahora muy complicada», según ha explicado el dueño. Cabe preguntarse si, a sabiendas del fracaso, tiene sentido que el programa finalmente se emita, pero son cosas de la ficción.
Pero vayamos a las novedades, que fueron nulas. Como ocurre en todos y cada uno de los capítulos de 'El jefe infiltrado', la fórmula de la propuesta se mantuvo intacta. A saber, Chicote aparece por sorpresa en el local y Juan Tejero, alias Juanete, el responsable del cortijo se lía a cantar y a bailar mientras el cocinero va degustando un menú a todas luces desastroso. Tras un primer servicio en el que Juanete, un tanto tocado por el fino, acaba huyendo en un tractor y Chicote hundiendo su bota en el barro, el dueño se abre finalmente al cocinero para acabar superando todos los problemas, una vez se moderniza el local y se cambia la rancia carta.
Debe de haber algo relajante, como de literatura de escape, en la repetición de unas formas que el espectador ya conoce hasta la extenuación. Sólo así se entiende que, tras siete temporadas, un programa que apenas ha variado un ápice siga anotando un 9,4% de 'share' y congregando a más de 1,2 millones de espectadores. Es indudable que en muchas ocasiones uno se acerca a la televisión para dejar de pensar, para olvidar sus problemas del día a día, pero quizá deberíamos ser algo más responsables porque detrás de Juanete, al que nos presentan casi como un arquetipo, hay una persona de verdad.
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