Otra vez precariedad, no
Aprendimos en la crisis de 2008 que los más vulnerables siguen perdiendo más
Una hecatombe para los trabajadores temporales. De un día para otro, sin empleo y sin esperanza a la vista. Un cierre temporal de la actividad, ... que para los trabajadores de subcontratas, de empresas de trabajo temporal, para contratos de duración determinada y de obra, es atemporal, indefinido e indeterminado. Este tsunami afecta a las mismas personas que en la crisis de 2008 eran veinteañeros en búsqueda de primer empleo, que lo consiguieron a duras penas, y que hoy, ya con más de treinta, vuelven al paro. Con diez años más, en pleno desarrollo de su proyecto vital, en el que el empleo es la palanca necesaria. ¿Qué es la vida para ellos? Proyectos, vivienda, pareja, hijos, viajes, política... ¿Dónde queda todo esto ahora? Desengañados, desazonados, y con razones para ello.
El 50% de la destrucción del empleo se concentra en los menores de 35 años, el paro será superior al 20% a final de año y en 2021 encabezaremos las tasas de paro de Europa. No hacen falta más datos. El Gran Desconfinamiento traerá años de sufrimiento. Estamos en la Zona 0 para los ciudadanos y los gobiernos. ¿Reconstrucción? ¿Volver a la situación anterior? No. Casi nada debe volver a la situación anterior. La nueva normalidad es mucho más que dos metros de distancia y una mascarilla, es iniciar una nueva forma de afrontar lo que de verdad es importante. La sanidad y las residencias de tercera edad no pueden volver a la situación anterior; la razón de ser de las empresas y el ordenamiento laboral, tampoco. La nueva legitimidad de empresarios y trabajadores requiere un nuevo contrato para con la sociedad. Los representantes políticos y los gobiernos tendrán sentido ciudadano si su esfuerzo se centra en esa renovación. 'Pleno empleo en una sociedad libre' es el título del Segundo Informe Beveridge, que en 1944 hizo posible el Estado de Bienestar en Reino Unido y en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. En una Europa arruinada, floreció nuestro sistema, de las ideas sociales de un liberal, puestas en marcha por un Gobierno laborista. La mejor protección social sigue siendo la distribución en origen de la riqueza. Las prestaciones de desempleo y las rentas mínimas están bien, pero no es deseable que nadie subsista con ellas en el tiempo.
Desde 1980, las reformas laborales han ido descafeinando la cultura del contrato laboral, que, en su esencia, es indefinido. Para nuestra generación era lo habitual. Y las nuevas, nuestros hijos, cuando acceden a un empleo, desconocen que el mejor contrato laboral es el que no se firma. La excepción se ha convertido en norma.
Nacemos a una época nueva, es tiempo de oportunidad, de reducir la dualidad estructural del mercado laboral, de acabar con el abuso y el fraude en la contratación temporal y de obra o servicio, de igualar los derechos de los trabajadores externalizados a través de empresas de trabajo temporal y subcontratas.
Nuestros representantes políticos deben hacer suyas las razones ciudadanas. Y no atender lamentos interesados en flexibilizar las normas para volver al inicio, y en no cambiar nada, para que todo siga igual. Igual de mal. Ya aprendimos en la crisis de 2008 que no hemos vuelto a la posición original, que los más vulnerables siguen perdiendo más.
Las organizaciones sindicales no tienen su razón de ser en la protección de derechos adquiridos de los que ya están instalados en la estabilidad. Tienen sentido en la defensa de los nuevos trabajadores, no sindicalizados muchos de ellos. Su labor está en la protección de los vulnerables. Su legitimidad la consiguen con la defensa de la salud, de la vivienda, del trabajo para todos, de los ingresos suficientes.
Un nuevo ordenamiento laboral para una nueva normalidad, que limite la contratación temporal a la causalidad, que las políticas activas de empleo se dirijan a la contratación indefinida. Y que los trabajadores procuren la continuidad de la actividad con medidas de flexibilización interna, que la cogobernanza conforme la cultura de las empresas. Esta nueva normalidad laboral es necesaria, y no me refiero a pactos escritos, fotos y notas de prensa. Los mejores pactos son aquellos que surgen del compromiso social, personal y colectivo que, aunque no queden escritos, se convierten en códigos de conducta, moral y normativa.
Las empresas vascas ponen en valor una nueva cultura de empresa. En esta nueva normalidad, ello exige hacer un uso legítimo, no abusivo, de la contratación temporal y de la externalización de riesgos, porque quienes soportan sus consecuencias son siempre las personas más vulnerables. Ser empresa es, también, ser sujeto moral, hacerse cargo de las consecuencias y ponerse en la piel del trabajador, para el que su empleo es el aire que necesita para respirar. Y sin aire suficiente no se puede vivir.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión