
Planeta Tierra: ¿hacia el punto de no retorno?
Preocupa más el color y tamaño de las banderas que nuestro futuro como especie humana. Necesitamos mirar con luces largas
mikel etxebarria dobaran
Viernes, 28 de junio 2019, 00:46
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mikel etxebarria dobaran
Viernes, 28 de junio 2019, 00:46
En cuanto tuvimos a nuestros hijos, en los años ochenta del siglo pasado, había amigos que me decían que para qué traer seres a un mundo -la Euskalherria de esos años se las traía- tan complejo, violento e injusto. Posiblemente algo de razón tenían, pero ... por su parte no optaron -en coherencia con su pensamiento- por suicidarse y, además, aunque no seamos unos ciegos optimistas conviene tener una razonable esperanza apoyada en acciones concretas y vitales.
La siguiente reflexión viene suscitada a raíz de que en la sede del Club de Roma de Bilbao contamos recientemente como ponente con la ilustre escritora, poeta y catedrática María Novo, que nos ilustró sobre los retos actuales de nuestra civilización. Nos encontramos en una nueva época histórica, compleja e incierta -lo único cierto es el cambio continuo-, que puede denominarse Antropoceno y que se encuentra caracterizada por la enorme influencia del ser humano en los procesos ecológicos del planeta Tierra. Estamos ante un reto civilizatorio, ya que nos enfrentamos - o deberíamos hacerlo- al cambio climático inducido, a las pérdidas de la biodiversidad, a los desbordamientos de los límites de la biosfera… Y en algunos casos estas mudanzas son irreversibles. Puede decirse que estamos atascados a gran velocidad , ya que no reconocemos que el modelo de desarrollo vigente no es sostenible y que la humanidad se encuentra en una encrucijada antropológica entre la tragedia y la transformación. Hawking decía que «no somos más que una raza avanzada de monos en un planeta menor», pero es nuestra casa y, aunque seamos un poco animales, debemos salvarla porque no tenemos otra y porque si no tampoco nos salvamos a nosotros mismos.
Esta problemática ya estaba contemplada, tanto en el ambiente fundacional del propio Club de Roma, en abril de 1968, como en el llamado 'Informe del Club de Roma' o 'Informe Meadows', que fue elaborado en 1970 por un equipo de expertos del MIT (Massachusetts Institute of Tecnology) con el título 'Limits to growth' (Los límites del crecimiento). Fue complementado y matizado en 1974 por un segundo informe denominado 'Mankind at the turning point', traducido al castellano por 'La humanidad ante la encrucijada' y que podría también traducirse por 'La humanidad ante el punto de inflexión'. Ya entonces se recomendaba tener una estrategia global, a largo plazo, sistémica y basada en la cooperación internacional.
Pero estas cuestiones se ven como inútilmente alarmistas, temas de agoreros, de pesimistas y de deprimidos profetas. Los políticos actuales están, en general, preocupados y ocupados en otras cosas más perentorias, como por ejemplo los pactos, y no en los problemas que van a sufrir en carne propia las ya actuales generaciones. Se ocupan -y perdónenme por ser deliberadamente provocador- de lo reversible, el día a día de las miserias políticas y su propio puesto de trabajo, e ignoran lo irreversible: los problemas ecológicos y el futuro inmediato del planeta. Y en realidad necesitamos mirar con luces largas. Preocupa más el color y tamaño de las banderas que nuestro futuro como especie humana. El bien común, ese gran olvidado. Ojalá, como ha dejado entrever Pedro Sánchez, esto sea una prioridad esencial para la nueva legislatura.
Emulando al trilema de Rodrik, que aunando democracia, soberanía nacional y globalización argumenta que no se puede optar simultáneamente por los tres objetivos, sino a lo sumo y con dificultades solo por dos a la vez, podemos decir que en nuestra civilización actual tenemos un trilema con tres imperativos: democracia, bienestar y ecología, ante los que nuestra misión debería ser optar por los tres objetivos a la vez, ya que cuando va mal uno de ellos tiene como efectos colaterales afectar negativamente a los otros dos.
¿Cómo lo podemos hacer? Tomando conciencia de los límites del planeta. Poniendo la naturaleza y a las personas por encima de los beneficios a corto plazo; disociando bienestar de consumo. Incorporando la ética ecológica al día a día. Contagiando a la gente en la búsqueda de un planeta más saludable. Cambiando la forma de vivir, además de la de pensar. Promoviendo la imaginación. Despertando la curiosidad. Siendo resilentes. Asociando al arte (que hace preguntas) con la ciencia (que intenta dar respuestas). Intentando formular bien las preguntas para poder encontrar buenas respuestas. Fomentando la economía circular. Anteponiendo la solidaridad a la competitividad. Impregnando de humanismo a la tecnología ya que esta no es neutra. Aprendiendo a vivir mejor con menos. Apoyando a estadistas (si es que los encontramos) en lugar de a populistas; optando por la revolución verde…
Al decirnos que otro mundo no sólo es posible, sino que está de camino y que en un día tranquilo podemos oírle respirar, la escritora india Arundhati Roy nos insufla esperanza. Pero esta no debe quedarse en la contemplación, sino pasar a la acción con hechos, como las manifestaciones habituales de los viernes por el futuro convocadas por la niña Greta Thunberg y seguidas en todo el mundo por miles de jóvenes. Deben servir, primero, para concienciar a las gentes y, segundo, para que los que tengan que tomar decisiones lo hagan ya, sin más dilación, porque el tiempo se acaba y, ya que algunos desoyendo a nuestros amigos optamos por tener hijos y estos también los tienen, no queremos que estos tengan que enfrentarse al llamado efecto umbral, a la última gota que colma el vaso, al punto de inflexión, al punto de no retorno.
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