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Suelo hablarle a la radio. Al aparato, quiero decir. Si no me gusta lo que está emitiendo, me revuelvo, replico y hasta discuto (a fondo perdido) con el locutor de turno... Hace unos días, antes de ver 'Leaving Neverland', me sorprendió escuchar en una emisora unos comentarios que daban por absolutamente cierto el documental que retrata a Michael Jackson como un despiadado pedófilo. Los comentaristas no se planteaban que pudiera existir otra versión de los hechos. La de Michael Jackson, desde luego, ya no la podremos conocer porque está muerto. «¿Pero qué pasa con la presunción de inocencia?», clamaba yo en el desierto mientras escuchaba el programa... Y no porque Jackson me cayera bien (al contrario, su monstruoso personaje me producía una repugnancia infinita) sino por evitar el eterno juicio paralelo.

Luego he tenido ocasión de ver el primer capítulo de 'Leaving Neverland' y debo confesar que a mí también me ha parecido de una veracidad escalofriante. Es muy difícil no sentir indignación ante el pormenorizado relato de esos dos adultos que aseguran haber sufrido todo tipo de abusos por parte del famoso cantante cuando eran solo unos niños. Porque Michael Jackson jugaba a ser Peter Pan... Y lo último que un crío espera de Peter Pan es que le viole.

Aún así, lo que de verdad me puso los pelos de punta fue la actitud de esas madres. Una llegó a confesar que una vez sorprendió a su hijo y a Michael tendidos en la misma cama, pero que, como estaban vestidos, no se le ocurrió pensar mal... La otra explicó, como si fuera normal, que en Neverland ella siempre dormía en una habitación mientras que Michael y su hijo (¡de siete años!), dormían juntos en otra... ¿Habría consentido esa madre que su niño durmiera con cualquier otro adulto ajeno a la familia? Más allá de los presuntos abusos, lo que delata ese documental es la obnubilación (o el interés) en el que cayeron algunos, incluidos muchos de los líderes mundiales más influyentes, ante un personaje estrambótico pero con innegable talento, éxito mundial e incalculable fortuna. Ese era el indecente blindaje que permitía a Michael Jackson convertirse en lo que él quisiera. Fuera o no depredador sexual de niños, está claro que el sueño de la mitomanía produce monstruos.

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