Cuando la pesadilla termine
Tras la crisis habrá que pensar cómo fortalecer las relaciones en un entorno cada vez más dependiente de las tecnologías
La afectación en España a causa de la pandemia del coronavirus está teniendo unas consecuencias mucho más trágicas de lo que todos habríamos pensado. Mi ... generación no se había enfrentado nunca ni a un estado de alerta ni a una situación de confinamiento ni a un colapso hospitalario como el que estamos viviendo. El Covid-19 ha evidenciado nuestra gran vulnerabilidad ante una plaga desconocida, ciertamente, pero hemos de pensar que un día u otro esta crisis habrá de finalizar y la vida, de nuevo y en toda su expresión, nos conminará a incorporarnos a ella. ¿Cómo será ese día? ¿Qué lecciones habremos obtenido? ¿Qué cambios deberemos afrontar?
Si algo podemos aprender de la lectura de 'La Peste', de Albert Camus, es que una situación tan profundamente traumática hace aflorar las miserias humanas (egoísmo, actitudes incívicas, bulos, enfrentamientos políticos…) y, al mismo tiempo, todo lo mejor de nuestra condición humana. Realmente, el protagonismo del doctor Rieux es, en primer lugar, una toma de conciencia frente a la cercanía de la muerte en vecinos y amistades: «Sentía ganas de gritar para desatar el nudo violento que le estrujaba el corazón». Pero, en segundo lugar, es un canto existencialista a la solidaridad frente al individualismo representado en ese tan empleado «sálvese quien pueda». Esa solidaridad orgánica a la que se refería Durkheim, basada en interdependencias que cohesionan a una sociedad. Esa solidaridad que se ofrece a los demás sin esperar nada a cambio, porque hay hombres y mujeres justos que están demostrando estos días que la grandeza de nuestra condición reside no en la ambición personal, sino en nuestra capacidad de darnos a los demás en aras de metas beneficiosas para todos. De nuevo hablamos de bien común. ¿Pero mantendremos este tono cuando el peligro y la amenaza se disipen?
Indudablemente habrá cambios después de la crisis del coronavirus; cambios que tendrán que ver no sólo con la recesión económica, la gestión de catástrofes o el propio modelo de sanidad. Nos veremos obligados a revisar el modelo de solidaridad grupal, el propio modelo del Estado, pues se han evidenciado cortocircuitos que afectan a la política, a la seguridad y, sobre todo, al mismo concepto de ciudadanía, entendida ésta como lugar común de derechos y de obligaciones; una cuestión esta última que cuesta interiorizar a algunos conciudadanos.
He oído estos días que peores que las epidemias biológicas resultan las epidemias morales. Estoy de acuerdo. Y por ello el día después resultará prioritario hablar de cómo hemos de establecer nuestras relaciones, cómo hemos de tejerlas para conseguir una mejor respuesta ante un posible ataque futuro. Y en este punto el porvenir, desde la ética, no se presenta nada fácil, pues una de las características de nuestro mundo actual es que hemos sustituido las relaciones por las conexiones. Y en esa sociedad postpandemia tendremos que pensar cómo fortalecer las relaciones en un entorno cada vez más dependiente de la tecnología, pero al mismo tiempo más alejado del calor de esos afectos sólidos que se labran despacio, 'slow', trabajándolos cerca, en el 'vis a vis'. Creo que el mismo concepto de relación exige compromiso, compromiso duradero, y me temo que si nuestra sociedad sigue buscando en la conexión virtual una premeditada falta de contrato será muy difícil acceder a este concepto de solidaridad.
Decía Bauman que la gente habla cada vez más (inducida por etéreos consejeros online) de conectarse y estar conectado. En vez de hablar de parejas prefieren hablar de redes. ¿Qué ventaja conlleva hablar de conexiones en vez de relaciones? A diferencia de las relaciones, el parentesco, la pareja e ideas semejantes que resaltan el compromiso mutuo y excluyen o soslayan su opuesto, el descompromiso, la red representa una matriz que conecta y desconecta a la vez. En una red conectarse y desconectarse son actividades igualmente legítimas, gozan del mismo estatus y de igual importancia. En una red las conexiones se establecen a demanda y pueden cortarse a voluntad. Uno siempre puede apretar la tecla 'delete'.
Si algo deberemos aprender de esta crisis, y a pesar de los muchos y evidentes beneficios que ha aportado la revolución tecnológica, es que nuestra dependencia compulsiva de las redes no nos ha hecho ni más libres ni más fuertes, sino que nos está dejando, desde un punto de vista social, absolutamente desamparados. Es necesario utilizar y aprovechar las nuevas tecnologías, por supuesto, pero sin dejar por el camino las esenciales relaciones, con alma, que nos construyen como 'homo socialis'. Y es que hasta ahora resulta agotador el esfuerzo por adaptarse a esa velocidad de vértigo que las mismas y sus gurús nos imprimen y a la que nos ofrecemos dóciles. Ya lo escribió Bellow en su 'Herzog': «Cuidaos de los sifilíticos que predican la moral».
Cuando la pesadilla termine deberemos recordar, con Orwell, que lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano.
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