Cuanto peor, mejor
Puigdemont busca mantener la situación de excepcionalidad, el no regreso a la normalidad
El destino personal de Puigdemont quedaría bloqueado si el soberanismo tomase la decisión más juiciosa: plegarse a la lógica de la situación. Es decir, aceptar ... que midieron mal sus fuerzas cuando llegaron a creer que el Estado español aceptaría en silencio una política de hechos consumados en relación a la independencia, o llegaría tarde a poner coto a una situación que ya se habría desbordado y vuelto irreversible.
Lo ocurrido no se ha ajustado en fin a las previsiones y la democracia ha plantado cara a los revoltosos. Tras la violación flagrante de la legalidad, Puigdemont tensó todavía más la cuerda con Madrid. El 19 de octubre, remitía a Moncloa una misiva en la que manifestaba que si el Gobierno central persistía en impedir el diálogo y continuar la represión, el Parlament podría proceder, si lo estimase oportuno, a votar la declaración formal de la independencia que no votó el día 10 de octubre. El 21 de octubre, el Gobierno del Estado ponía en marcha el mecanismo que activaba el artículo 155, en virtud del cual el 28 de octubre Rajoy destituía al Gobierno de la Generalitat y convocaba elecciones. Puigdemont y cinco exconsejeros se ‘exiliaron’ en Bruselas. A primeros de noviembre, Junqueras entraba en prisión tras haber sido interrogado por el Supremo. Era evidente que, sucediera lo que sucediese en las elecciones de diciembre, la Justicia depuraría las responsabilidades derivadas del referéndum ilegal y de la confusa declaración de independencia, una intentona golpista con relevancia penal ya que podrían haberse cometido delitos de sedición, de rebelión y de malversación.
Así las cosas, era y es evidente que el Estado no ha tolerado ni va a consentir que el desenlace de las elecciones sea una prolongación del ‘procés’, ya claramente abortado y en espera de juicio. Lo cual margina absolutamente a Puigdemont, quien optó por hurtarse a la acción de la Justicia, por convertirse en prófugo. Porque la mayoría nacionalista surgida de las urnas tiene dos caminos posibles, y sólo dos: la recuperación de las instituciones catalanas dentro de la legalidad, o el retorno a la provocación, en cuyo caso no se levantará el artículo 155.
La vuelta a la normalidad excluye en definitiva a Puigdemont, quien tan sólo desarrollaría un papel simbólico en el segundo caso. Es decir: la supervivencia política de Puigdemont, en todo caso efímera, pasa por mantener vivo el conflicto, por seguir actuando con marrullería, por destrozar el autogobierno y agravar, seguramente, las penas que corresponderán a quienes participaron en la cuartelada. Y esto es lo que a todas luces pretende el expresident en un rapto de egoísmo extremo: el ‘cuanto peor, mejor’, ya que el mantenimiento de la situación de excepcionalidad, el no regreso a la normalidad, le conferiría una aura heroica, al menos a los ojos de sus correligionarios más fervientes.
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