Pelea estelar

Por lo demás, hay que recordar la teoría: el fin de la política es la obtención del bien común y no colarle goles al rival electoral. Quiero decir que sería extraño que a la oposición le pareciese mal que el Gobierno adopte medidas que les parecen bien. Pues sigamos teorizando: la finalidad de un debate es la confrontación razonada de ideas y no dejar al rival inconsciente y sangrando sobre la mullida alfombra parlamentaria. Lo digo porque el debate del martes en el Senado entre Sánchez y Feijóo comienza a adquirir la expectación de un combate por el título mundial de los pesados, y me refiero a los pesos. Se está generando alrededor de la cita un clima testosterónico que debería preocupar al Ministerio de Igualdad. Los entornos de los líderes parecen mánagers moviendo apuestas en los bares de Brooklyn y propagando rumores sobre el miedo que tiene el rival y el modo en que su campeón va a matarlo en el primer asalto. Dan ganas de preguntárselo a los entusiastas propagandistas: ¿pero vosotros los habéis visto? Siempre sorprende que haya gente que vende constantemente que la situación es gravísima mientras se divierte tanto, mientras lo pasa a ojos vista tan formidablemente bien.

Vladimir Putin no acudirá al funeral de Gorbachov. Problemas de agenda. Dejando a un lado lo inesperada que resulta nuestra preocupación por el devenir protocolario de la política rusa, hay que imaginarse la agenda de Putin. «Guerra» todos los días. Con alguna excepción, claro. Un almuerzo, una chispita de bótox, chequear que algún rival se te suicida según lo previsto. Ayer Ravil Maganov, presidente de la petrolera Lukoil que en marzo mostró su oposición a la invasión de Ucrania, apareció muerto tras caer desde la habitación del hospital en el que estaba ingresado. Es el sexto magnate gasístico ruso que parece suicidarse en los últimos meses. Aunque Lukoil informó en una nota oficial de que Maganov murió tras «una larga enfermedad». Podrían haber añadido que le surgieron complicaciones relacionadas con el asfalto. Y que a la dirección de la compañía lo de Ucrania ya no le parece tan mal.

Ya están funcionando los descuentos en el transporte público y los ciudadanos parecen encantados. Por razones que tienen que ver con el ahorro de un dinero que cada vez pesa más y vale menos. La idea de que ese ahorro impulse el abandono del coche nos recuerda que la preeminencia del transporte público era uno de los cimientos sobre los que se edificaba el futuro virtuoso de nuestras ciudades. Pero llegó la pandemia y de pronto lo saludable fue viajar cada uno en su bólido contaminante. Menuda broma del destino. La hemos comentado poco.