La patria abierta de la humanidad
La iniciativa que el lehendakari presenta hoy en el Vaticano para el reparto y acogida de los inmigrantes ofrece al gigante europeo una vía de solución al problema
En enero de 2015, en la ciudad filipina de Manila, el papa Francisco decía al mundo entero lo siguiente: «Al mundo de hoy le falta ... llorar, lloran los marginados, lloran los que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar». Aquel mismo año, meses más tarde, la llamada 'Crisis de los Refugiados' ponía de relieve, con una desnudez acusadora, que Europa ha perdido la capacidad de llorar. Han pasado cuatro años y nuestro viejo continente se muestra incapaz de abordar correctamente este grave problema humanitario; sin que las palabras acusadoras de Bergoglio hayan hecho mella en el corazón de la Unión Europea, que sigue demostrando que ni se comporta como una federación de estados ni tiene en perspectiva, al menos a medio plazo, hacerlo. Así las cosas, el Mediterráneo sigue siendo un inmenso ataúd en el que Europa continúa naufragando sin responder ni con un operativo estructurado y coordinado, ni con una política clara de redistribución de los contingentes de migrantes y refugiados que llegan a sus costas.
En este contexto hemos de considerar el viaje que el lehendakari Iñigo Urkullu realiza al Vaticano estos días. Su previsible encuentro con el santo Padre y la entrevista con el secretario de Estado, cardenal Pietro Fratini, viejo conocido de nuestro lehendakari, tiene como principal objetivo presentar la llamada 'Propuesta Share' (compartir en la lengua de Shakespeare), un plan elaborado desde la Secretaría de Paz y Convivencia de Gobierno vasco, que pretende ofrecer a la Unión Europea una planificación de reparto y acogida de estos contingentes. Para ello se ha elaborado un modelo en el que se tienen en cuenta tres parámetros fundamentales para decidir la cuota asumible por los Estados de la Unión, así como por las estructuras subestatales como pueden ser regiones y, en nuestro caso, comunidades autónomas (sin olvidar a Organizaciones No Gubernamentales acreditadas).
Esos baremos no son un invento extraño, fruto de difíciles reglas matemáticas o teorías económicas complicadas, sino, precisamente, algo tan sencillo para cualquier gestor de la 'cosa pública' como tener en cuenta, primero, los ingresos fiscales (o la Renta Media Disponible, o el PIB), con un peso del 50%; segundo, la población, con una incidencia del 30%; y, en tercer lugar, el índice de desempleo del Estado o región, con un 20%. Teniendo en cuenta esos tres conceptos, se podría arbitrar una política de acogida proporcional y proporcionada a las capacidades de cada sociedad receptora. Un plan, este 'Share', que busca la practicidad y que no parece caer en la tentación, tan común estos días, de ofrecer soluciones imposibles de realizar o, lo que es aún peor, criticar, pero sin proponer alternativas.
Y lo hace el Gobierno vasco, desde la corresponsabilidad con el Ejecutivo de España y asumiendo los límites que establece el marco constitucional europeo, no rompiendo con ellos, como, lamentablemente, se está convirtiendo en norma en Cataluña. Para ello ya ha recabado la opinión de gobiernos regionales de España y del resto de Europa, con lo que su propuesta no resulta un brindis al sol, sino que, todo lo contrario, ofrece y marca un camino posible de realizar sin desestabilizar para ello ni los mimbres identitarios, económicos o sociales de los estados miembros. Bravo de nuevo por nuestro lehendakari, quien hace suya aquella cita de Publio Terencio: «Homo sum. Humani nihil a me alienum puto» (Soy un hombre, y nada humano me es ajeno). Por ello, el representante de la sociedad vasca, ciertamente un pequeño grupo humano, se engrandece al atreverse a ofrecer al gigante europeo una vía de solución.
A pesar de mi posición crítica en numerosas ocasiones con las propuestas de la Secretaría de Paz y Convivencia, que dirige Jonan Fernández, la iniciativa de la actual Lehendakaritza vuelve a demostrar que la prudencia y la moderación no están de más si el objetivo es buscar no el provecho de parte, sino el bien común. Aun así, y a pesar de la sintonía con el Vaticano (cuestión ésta, que en temas humanitarios es un aval), no debe olvidar Iñigo Urkullu, un político nacionalista moderado, que en última instancia es la propia Unión Europea quien debe de bendecir, adoptar e implementar estas propuestas, y que, a día de hoy, muchos de sus países miembros no parecen estar por la labor (es más, se oponen frontalmente), pues la humanidad no está muy de moda por aquellos lares en los que crece el germen de un odio irrefrenable a toda forma de diversidad, propia o foránea. Se llama nacionalismo.
Tal vez, nuestra sociedad, otrora conocida por su falta de humanidad para con muchas de sus víctimas, esté buscando de forma imperiosa mostrar su cambio y reivindicar su apuesta, precisamente, por la reivindicación de la humanidad para con las víctimas de la actual tragedia migratoria. Pudiera ser, de cualquier forma, aunque quedara en tan sólo un hermoso gesto en tierras vaticanas, el paso ha de ser aplaudido. Y yo lo hago.
Volviendo a los clásicos, decía Marco Tulio Cicerón que «Ubi bene, ibi patria». Allí donde esté el bien, allí está la patria. Pues bien, debo decir que esta iniciativa del lehendakari, como tantas de su legislatura, me lleva a encontrarme a gusto en esta mi patria, la patria abierta de la humanidad.
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