Las primeras horas de vigencia del pasaporte covid parecen haber transcurrido sin incidentes. Hasta donde sabemos, el Ejército no está deportando a los infractores detectados ... en las puertas de los bares. Y no da la sensación de que haya organizaciones clandestinas redirigiendo a los resistentes hacia un sótano en el que un Donald Pleasence cada vez más ciego falsifica documentos en nombre de la libertad. Todo se intuye más rutinario. Un poco triste. Como la época. Pero, entre las restricciones posibles, los hosteleros prefieren el pase covid. Y a la ciudadanía, que está vacunada en un 90%, no le parece tanto abuso tener que mostrarlo.
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Lo mejor es que la exigencia del pasaporte consigue al menos que algunos rezagados se vacunen. Respecto a lo otro, lo de la libertad, mejor no exagerar. En Italia exigen el 'green pass' desde julio y no parecen haber caído en los índices de democracia ni que haya un solo hermano transalpino que ya no esté, como siempre, dispuesto a morire per la libertà, oh bella ciao, bella ciao, etc.
Sorprende, la verdad, esa repentina preocupación por el control estatal. Como si en España lo tercero que hubiese que hacer tras nacer y respirar no fuese inscribirse en el registro. Obligatoriamente. A partir de ahí, las obligaciones se suceden y van desde las establecidas por ley hasta las impuestas por la cara: entre estas últimas, la habilidad digital como requisito de ciudadanía. Tenemos a los mayores recibiendo un 'link' por respuesta cuando se dirigen a la Administración o al banco. Que, en términos de abuso, eso indigne menos que el pase covid demuestra algo evidente: hay gente escondiendo bajo hermosos ideales lo que a veces son frustraciones personales y a veces cálculos políticos. En serio, la tabarra que están dando con la libertad. En las cloacas de Internet y en el palacio de la Comunidad de Madrid. Florecen de pronto las almas indómitas. Y, es curioso, pudiendo estar cabalgando bajo cielos infinitos, desafiando al viento y sometiéndose a la única autoridad de las estrellas, terminan todas metiéndose al centro mismo del poblado, al 'saloon' más concurrido, donde estamos los demás dándole fuerte al whisky y a la alienación, para exigir atención y proclamarlo: «Miradme, oh, sí, miradme: ¡yo voy por libre!».
Constitución
Opción textual
Ayer Pedro Sánchez dijo que la Constitución es «la hoja de ruta» de su Gobierno. Y ayer una parte numerosa y decisiva de los apoyos de ese mismo Gobierno dijo que la Constitución violenta derechos básicos y es «fuente de enfrentamiento y sufrimiento». Hay cierta contradicción, ¿no? Y eso que Sánchez apenas recuperó el argumento desganado, tan 2014, de que la Constitución es, qué sé yo, la educación pública... Lo de Pablo Iglesias cuando rapeaba: la patria son los hospitales, la ley de dependencia y el tren a Extremadura. Sonaba como la canción de Rubén Blades («flor de barrio, hermanito, patria son tantas cosas bellas»), pero con menos conga y más falacia. Pienso ahora que ojalá existiese un partido constitucionalista textual. El candidato gritando que la Constitución es la competencia exclusiva del Estado en la legislación sobre pesas y medidas y la determinación de la hora oficial. Y la gente aplaudiendo enloquecida.
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Volcanes
Semeru
Los nombres hacen mucho y yo pensaba que en Indonesia el volcán peligroso es siempre el Krakatoa. Pues ahí va el Semeru, en la isla de Java y alto como el Teide, erupcionando sin avisar y ocasionando al menos catorce muertos y cincuenta heridos. Como estamos más sensibles a los volcanes, vuelve uno la mirada sobre el Cumbre Vieja y ensaya una extraña conexión mental con lo tectónico. Para decirle a nuestro volcán que vaya acabando, si puede, con lo suyo, pero suavecito. Que es verdad que solo se pierde de veras lo que no se puede reconstruir.
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