En algún momento, la posibilidad de Internet fue eminentemente virtuosa: la gente accediendo a una cantidad de conocimiento incalculable. Algo falló sin embargo en el ... pronóstico inicial. Algo que puede enunciarse así: la gente es como es. Por eso las páginas más visitadas de la Red no fueron desde el comienzo las de la NASA o los grandes museos sino las del chateo, el porno y las compras 'online'. Del mismo modo, la Red adquirió pronto la naturaleza de un oráculo que da respuestas ciegas a requerimientos desesperados. «Necesito una salida cuanto antes», por ejemplo. Es, literalmente, una de las vías de entrada a un foro internacional en el que miles de usuarios comparten ideaciones suicidas.
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Como la demanda crea la oferta, hay quien acude a esos foros con soluciones a un precio conveniente. Kenneth Law, por ejemplo, que fue acusado en agosto de vender una sustancia potencialmente mortal, una relacionada al parecer con la curación de carnes, a un número difícil de determinar de personas residentes en Canadá, Gran Bretaña, Estados Unidos y quién sabe qué otros lugares con conexión a Internet. Ingeniero reconvertido sin éxito en chef, Law le explicó a la prensa que sus motivos eran altruistas, aunque para él mismo. «Necesito ingresos, espero que lo entiendas. Necesito comer», declaró el tipo al 'Globe and mail'. Podría haberlo sintetizado un poco más: «Amigo, yo necesito comer y hay quien al parecer no necesita respirar».
Ahora bloquean en Reino Unido el acceso a uno de los foros en los que Law vendía su veneno. No servirá de mucho porque la Red no conoce ni las fronteras ni los escrúpulos. Hay en ella gente capaz de facilitar previo pago la muerte de desconocidos desesperados tras un seudónimo probablemente ridículo. Después de ingerir la sustancia proporcionada por Law y antes de colapsar, un adolescente de Detroit entró en el cuarto de su madre y acertó a pronunciar las peores dos palabras que quedan al alcance de un suicida: «Quiero vivir».
Netanyahu
'Operación Cartago'
Benjamin Netanyahu es una de esas personas que consiguen mantener con la autoridad moral una espectacular forma de repulsión. Amenazado por las críticas internas y cuestionado por las cifras de bajas civiles en Gaza, el primer ministro israelí recordó ayer un episodio de la Segunda Guerra Mundial, la 'Operación Cartago', en el que la aviación inglesa bombardeó el cuartel general de la Gestapo en Copenhague y arrasó un colegio colindante, causando la muerte de ochenta y seis niños y dieciocho adultos. «Nadie culpa por eso a Gran Bretaña», aseguró ayer Netanyahu, pasando por alto que el suceso causó en su día un gran escándalo en Gran Bretaña y estremece todavía hoy la memoria de Copenhague.
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El foco encendido por el conflicto en Gaza ilumina también la figura del primer ministro israelí. Su modo de buscar en la historia la legitimidad para la ignominia es un recurso de un populismo furioso y desacomplejado: la clase de populismo que inevitablemente produce monstruos. Entre ellos, el espectáculo indefinible de ver a los representantes de Israel en la ONU luciendo en sus caros trajes de diplomáticos la estrella amarilla que los nazis impusieron a los judíos.
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