AFP
Furgón de cola

Marcar los tiempos

El Gobierno recupera el fin del cambio de hora, pero no elige entre el horario de invierno y el de verano

El capote gubernamental abriéndose frente a la opinión pública comienza a ser un clásico de los lunes por la mañana. No han dado las nueve ... y está ahí, subiendo y bajando, oscilando hipnótico, fascinante, incitador. «Eje, opinión pública… ¡Eje!», parece oírse antes del toque final e irresistible, pero es difícil saberlo si en tu cabeza todo exige acometer. Vamos allá. Pedro Sánchez -que ahora viste trajes de tres piezas sin corbata, como si el tren de Dublín acabase de dejarle en Innisfree- se apareció ayer a primera hora en redes para anunciar algo urgente: vamos a proponerle a la UE el fin de los cambios de hora. «Yo ya no le veo el sentido», decía en el vídeo el presidente antes de confirmarlo: para esto cuenta también con el respaldo de «La Ciencia».

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Este fin de semana toca retrasar los relojes y el lunes nos parecerá que amanece antes. Es probable que, cuando España les comente el asunto a los socios, estos recuerden que tienen desde 2018 una consulta en la que el 84% de los europeos están en contra de los cambios de hora y recuerden que Juncker ya intentó terminar con el baile de relojes. En el mejor de los casos, el Gobierno recuperaría un consenso existente y en el peor haría algo de ruido antes del regreso del horario único al cajón. En ambos casos, el tema desplazará a otros menos agradables porque implica su polémica de fondo. Curiosamente, sobre ella el Gobierno no dice nada. Y resulta que los españoles están de acuerdo en el horario fijo, pero no lo están tanto en si ese horario debe ser el de invierno o el de verano.

De hecho, la lógica (¡la ciencia!) prefiere el de invierno y en las encuestas una mayoría ajustada de españoles prefiere el de verano. A diferencia de lo que sucede con la historia, no es tan fácil estar en el lado correcto del reloj. Porque depende del gusto, pero también de la longitud y la latitud. Sea la hora que digamos que sea, el sol sale antes en Barcelona que en Santiago. Todavía un par de referéndums de independencia resultan menos disruptivos que uno sobre el aprovechamiento de las horas de luz. «Hágase por Real Decreto que el sol no pueda salir más que de noche», exigía Wenceslao Fernández Flórez en un artículo de 1926, porque resolver este asunto del horario nos está llevando, al final, bastante tiempo.

Francia

Sin aparecer

En agosto de 1911, días después de que Vicenzo Peruggia saliese del Louvre con la Gioconda envuelta en su chaqueta, la prensa española ofreció un titular inmejorable: «¡Sigue sin aparecer!». No era fácil imaginar que podríamos regresar a él para referirnos a valiosas joyas napoleónicas igualmente robadas del Louvre en nuestra era de la hipervigilancia. No hay noticias de los ladrones del domingo, lo que significa que disminuyen las posibilidades de que las joyas aparezcan. Los expertos hablan de oro fundiéndose y del desmontaje de las piezas para el mercado negro. La otra opción es el robo por encargo de alguien que al menos conservaría las joyas para su deleite privado. Y quién sabe en qué redada se terminará abriendo esa caja fuerte. Se insiste en la falta de seguridad del Louvre y no ayudan las imágenes de uno de los ladrones forzando tranquilamente una vitrina. Pero, más allá de los errores evidentes, los museos son siempre vulnerables. Las obras valiosísimas podrían estar a salvo en cámaras acorazadas y no frente a la nariz del ciudadano. En tiempos de futuros vegetales, conviene recordar que están ahí después de un cálculo muy noble. Ese que establece que, si el riesgo es grande, el beneficio es mayor.

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