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Trump sabe lo que hay que hacer con los incendios de Los Ángeles: apagarlosMañana el peor incendio en la historia de Los Ángeles cumplirá una semana. Han muerto al menos 16 personas y miles de edificios han quedado ... reducidos a cenizas. Con vecindarios enteros desplazados, cortes masivos de suministros y toque de queda para evitar saqueos, la situación se compara a veces con el apocalipsis y a veces con la guerra. Ayer el alcalde de Malibú explicaba que en su ciudad han desaparecido barrios enteros. Lo hacía mientras las previsiones anunciaban nuevos vientos de Santa Ana. Hemos aprendido que son los peores: aires muy secos y fuertes que transforman la vegetación en combustible, dejando a los bomberos sin más opciones que rezar y tratar de contener lo incontenible. Como el liderazgo aflora en las ocasiones peores, Donald Trump puso ayer un mensaje en Truth, su red social, y avisó de que en Los Ángeles se estaban perdiendo «miles de casas magníficas». A continuación llegaron las palabras adultas, decididas y confortantes que se esperan del próximo comandante en jefe: «Simplemente no pueden apagar los incendios», escribió Trump. «¿Qué les pasa?»
Trump parece creer que en California nadie ha pensado que lo que urge hacer con los incendios es apagarlos. Según su lógica efectista, en California están a proteger al eperlano, un «pez inútil» en peligro de extinción que acapara el agua que se necesita para apagar los fuegos. Los fuegos en las casas magníficas. Ni siquiera es nuevo. Llegado el cisne negro catastrófico, el trumpismo se centra en la asignación de recursos. Hace tres meses el huracán 'Helene' golpeó el país y Trump dijo que no había helicópteros de rescate en Carolina del Norte porque Kamala se había gastado el dinero de las emergencias en inmigrantes. Lo dijo mientras los periodistas desplazados a Carolina del Norte describían como constante el zumbido de los helicópteros de rescate. Pero la realidad no interfiere en la lógica de combate constante de Trump y recordarlo es melancólico. El tiempo de la sorpresa fue 2016. Casi una década después, solo queda señalar la siniestra naturaleza de un mecanismo que es al tiempo nuevo y antiquísimo y para el que hay que valer. Ves que a tus conciudadanos los rodea el peligro e identificas al instante lo que ocurre y lo que debes hacer: no es una emergencia, es una oportunidad.
Supercopa
En lo que solo puede considerarse como un éxito del modelo inaugurado en 2019, la Supercopa se ha celebrado en Arabia Saudí alcanzando nuevas cotas de humillación para el fútbol español. Podía parecer que las que tienen que ver con el Barcelona de Laporta ya eran insuperables, pero hemos visto a árabes de origen aparentemente tribal practicando el madridismo ofensivo como si fuesen repentinos ultrasur de Chamberí. Viajar al desierto para perder un partido y que se te eche encima un beduino que se besa el escudo del Madrid es una prueba de templanza sobrehumana.
Después de que espectadores locales rodeasen en Yeda a los aficionados del Mallorca para provocarles a ellos y acosarlas a ellas, el presidente de la Federación les agradecía la acogida a los gerifaltes de Arabia Saudí, «un país amable y cariñoso». Y amenazaba: «Van a ser muchos años los que vamos a estar aquí». El Gobierno español acertaría reaccionando a eso de un modo proporcional: el destierro. Para que los directivos de la Federación se estén muchos años allí. Y para que las competiciones nacionales se celebren aquí, donde las aficiones confraternizan, se toleran o se odian, pero al menos son de verdad, no gente extrañamente disfrazada.
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