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Sánchez deja la revalorización de las pensiones en manos de la oposiciónLa política española puede resultar extenuante y es comprensible que el ciudadano se tome a veces un respiro para centrarse en otras cosas: vida familiar, introspección, artes marciales mixtas. Si es su caso, yo intento resumirle lo que sucedió ayer. Un poco a grandes rasgos: ... tras ver cómo en el Congreso se daba la anomalía aritmética y la minoría de oposición tumbaba dos decretos ómnibus pactados por la mayoría progresista, Pedro Sánchez informó a la nación: el Gobierno ha hecho su trabajo.
Los decretos incluían, entre otras muchas cosas, la revalorización de las pensiones y las ayudas al transporte, y eran por su propia naturaleza urgentísimos y extraordinarios. Así que el presidente anunció que su aprobación queda a la espera de que rectifique la «oposición destructiva que causa dolor social». A continuación, Sánchez habló de jubilados que no saben qué será de su pensión y de jóvenes que no saben qué será de sus abonos. En lugar de responder a esa pobre gente y decirles qué será (será), el presidente repitió cuatro veces la fórmula «dolor social», dijo una vez «dolor» a secas y aludió a «efectos dolorosos en la ciudadanía». Todo en cinco minutos. El nivel de demagogia fue por tanto de 1 do/min: un dolor por minuto. La tasa es tan alta que, si se fijan, propicia el choque de narrativas. Los jubilados se transforman en criaturas dickensianas y los niños deambulan sin bonobús en el país cuya economía es el motor de Europa y va como una moto, un cohete y un jamón de pata negra. «Entiendo que vivimos tiempos de antipolítica», reflexionó ayer muy serio y compungido el presidente. «Parece que el todo vale lo damos por descontado».
Cuando los pseudomedios le preguntaron si iba a presentar lo de las pensiones y el transporte por separado para que se lo apruebe el Partido Popular, que garantiza que lo hará sin mayor problema, Pedro Sánchez repitió que el Gobierno ha hecho su tarea. Y volvió con el dolor social. Y con la oposición destructiva. ¿Qué dice usted? ¿Que la revalorización de las pensiones en todo caso la ha dejado caer Junts, socio de legislatura, y que lo ha hecho además presumiendo? Regrese a la introspección. Junts es un partido con el que hay que poner en práctica el diálogo: la principal herramienta de la democracia.
Hollywood
La hegemonía cultural lleva su tiempo y este año el Oscar a la mejor película se lo disputarán películas muy poco trumpistas: un narcomusical trans, una precuela 'queer' de 'El mago de Oz', una película de obispos… Tras la rendición de Silicon Valley, Hollywood es el último gran bastión cultural de resistencia demócrata. Y eso que a Trump le gusta el cine. A veces añora 'Ciudadano Kane' y 'Lo que el viento se llevó'. A veces aplaude 'Buscando a Nemo'. En un viejo perfil, Mark Singer describía al magnate poniendo en su avión 'Michael', la película de Nora Ephron y Travolta, y cambiándola al rato por algo mucho mejor: 'Contacto sangriento', el clásico de Van Damme. Los del cine siempre lo tienen más difícil para la resistencia. El poema revolucionario requiere un boli y un papel, pero la peli antitrumpista necesita un productor que afronte el reto, los problemas y el caché de Scarlett. Antes de meterse a constructor, Trump pensó en convertirse en productor. Como Louis B. Mayer. Quizá sea eso, la necesidad de cercanía con el proceso artístico, lo que explica por qué en aquel avión cogió el mando a distancia y dejó la película de Van Damme en cuarenta y cinco minutos suprimiendo lo accesorio: todas las escenas sin patadas.
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