'Fontanera' nacional

Ocho minutos duró el discurso pasmoso y sin preguntas de Leire Díez, que antes se tiró veinte minutos posando para los fotógrafos. Fue una 'performance' de vanguardia. Conseguía que la incomodidad la sintiese toda el espectador. Rodeada de expectación, Díez -exactamente la clase de persona a la que le preguntas la hora y te contesta que ella siempre dice lo que piensa aunque eso no le guste a todo el mundo- no podía disimular el placer de quien al fin recibe la atención que cree merecer: una atención que implica a las televisiones nacionales conectando en directo.

Luego el conseguidor Aldama irrumpió pegando voces en la rueda de prensa -«¡sinvergüenza!», clamaba el ejemplo de decencia- y Díez huyó entre empujones con uno de esos abogados indistinguibles de un reo para irse a la tele donde Risto. Que el país terminase hundido en esta bingocracia en la que todo es parodia, desfachatez y dispendio asusta, pero conviene recordar que mucho de lo que ocurre no sale de una sobremesa con copas sino de los despachos de genios de la estrategia política. Ojalá ahora se necesite interponer un mediador salvadoreño entre Leire y Aldama. Mientras tanto, Leire Díez, periodista, socialista, valiente y megalómana ha iniciado el camino supersónico que va de las interioridades del PSOE a 'La isla de los famosos'. Los niveles de ridículo y estupor que su estrellato puede generar ya se vislumbran. Queda por ver el tamaño de los destrozos mientras confirmamos que tras la indignación quedaba este sótano al que descender: el de la vergüenza ajena.

En otro movimiento melancólico, la ONU exige que se abra una investigación independiente para aclarar las muertes ocurridas en los accesos a los centros de distribución de ayuda humanitaria en Gaza. La exigencia previa e igualmente melancólica es que el reparto de la ayuda humanitaria funcione también de un modo independiente y no esté en manos de una empresa de seguridad privada con sede en Suiza que ya ha demostrado funcionar como una subcontrata del Gobierno israelí. Eso explica la crueldad de suspender el reparto de alimentos alegando motivos de seguridad después de que las fuerzas de seguridad israelíes abran fuego contra la gente que tiende a agolparse y formar tumultos porque tampoco será sencillo estar muriéndote de hambre y entender que es desconsiderado correr hacia ese camión cargado con sacos de comida. La ONU denuncia que la población civil de Gaza se expone a una «trampa mortal» para conseguir alimentos. El sarcasmo llega al límite de que los centros de reparto cerrasen ayer, para mejorar su «eficiencia», cuando cada vez parece más claro que su razón de ser es impedir que la ayuda humanitaria llegue a los seres humanos que la necesitan.