Empate funesto
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Emerge la corrupción y los partidos aceleran su inercia suicidaEstábamos con lo de la enviada de Ferraz negociando 'carpetazos' -así los llaman en Argentina: nuestro futuro- contra los policías y fiscales que investigan la ... corrupción en el entorno del Gobierno, cuando llegó el procesamiento de la pareja de Isabel Díaz Ayuso por fraude fiscal y falsedad documental. La reacción de la barra brava del oficialismo -Óscar Puente y Óscar López sin camiseta en lo alto del paravalanchas- fue inmediata, retadora y festiva: «¡Palante!». Reproducían la expresión que popularizó Miguel Ángel Rodríguez, maestro polarizador de primera hora y pirómano fundacional. Mientras el nivel de inmundicia le llegaba ya al país por los tobillos -y subiendo- se intentó ayer dar por establecida alguna especie de igualdad conclusiva: cómo no va a estar una enviada de Ferraz ofreciendo vídeos sexuales de un fiscal incómodo si el empresario que sale con Ayuso intenta defraudar a Hacienda incluso antes de salir con Ayuso.
Curiosamente, que los jueces procesen al tal Díaz Amador no es 'lawfare' sino la constatación definitiva, aplastante, de que los corruptos son los otros. A los nuestros son las fuerzas oscuras, poderosísimas excepto en el caso del novio de Ayuso, las que los relacionan con los chanchullos, las meretrices y los fontaneros que garantizan compensaciones en la Fiscalía. No es corrupción al amparo del poder. Es una persecución. «¿Qué hemos hecho para que nos odien tanto?», se ha preguntado shakesperiano Patxi López, que como resultado del odio del PP fue lehendakari con los votos del PP. El acmé de la polarización es ver al ciudadano defendiendo ferozmente a sus corruptos. Pero todo está en marcha: la basura ha empezado a emerger y los partidos redoblan su inercia suicida. Es ya inimaginable un país en el que las dimisiones llegasen automáticas para evitar la más mínima sombra sobre el cargo. ¿Recuerdan a António Costa? Imposible si la realidad es este guiñol inducido. Bajo toneladas de indiferencia, se esconde una verdad incómoda: nuestra sociedad muestra unos niveles de servilismo que espantan. Parecemos condenados a ser un país de listos («inteligentes ya somos»). Uno en el que al ciudadano solo le queda escoger bando y ponerse a comulgar con ruedas de molino mientras regurgita propaganda.
Harvard
Los jueces se interponen entre Trump y los aranceles. También entre Trump y la prohibición, originalísima, de la universalidad de las universidades. Ayer un juez paró el intento de la Casa Blanca de prohibir que los estudiantes extranjeros se matriculen en Harvard. Se trata de una orden preliminar, pero puede que también de la demostración de lo evidente: ponerte a pleitear con una de las facultades de Derecho más prestigiosas del mundo tampoco será fácil. Como el disparate es inagotable, ayer Marco Rubio anunció que van a revocar «agresivamente» los visados para los estudiantes chinos, lo que no solo parece una discriminación antológica sino también el reconocimiento de que lo de hacer América grande consiste en realidad en hacerla pequeñísima. Uno de cada cuatro alumnos extranjeros en Estados Unidos es chino. La peculiaridad consiste en que la mayoría regresa a su país cuando termina su formación. A partir de ahí, el Gobierno estadounidense los señala como colaboradores del Partido Comunista. El reverso es que ya hay estudiantes estadounidenses avisando de que cancelarán sus matrículas carísimas si no pueden formarse en un campus cosmopolita y lleno de talento, o sea, en una universidad mejor.
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