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El feminismo lleva un siglo convocando manifestaciones cada 8 de marzo, lleva décadas movilizándose cada 25 de noviembre, lleva años concentrándose cada vez que asesinan a una mujer por ser mujer y lleva meses movilizándose contra las sentencias del caso de 'la Manada'. El movimiento feminista ha sido fundamental en la promoción de cambios legislativos importantes como la ley del divorcio, la ley de la interrupción voluntaria del embarazo, la ley de medidas integrales contra la violencia de género y las leyes de igualdad (orgánica y autonómicas). ¿Qué pasó el 8 de marzo de 2018? ¿Por qué la respuesta al llamamiento de las organizaciones feministas fue abrumadora y, en cierta medida, desconcertante? ¿Por qué hoy, 8 de marzo de 2019, vamos a asistir de nuevo a una gran movilización social de apoyo a las reivindicaciones feministas?

Bien pareciera que el histórico denostado feminismo estuviera alcanzando una legitimación mayoritaria instantánea, sin embargo, considero que ni es tan mayoritaria ni tampoco instantánea, ya que el proceso que estamos viviendo con el auge de las reivindicaciones feministas se debe a varios y complejos factores y tiene también, reseñables ventajas y ciertos riesgos. Un factor internacional ha sido el movimiento #MeToo, que ha tenido un fuerte eco e impacto gracias a las redes sociales y que ha supuesto el fin de muchos silencios, el fin de muchas vergüenzas y de culpas asumidas por ser víctimas de abusos y agresiones sexuales. No conozco mujeres que no puedan contar un episodio de sexismo, más o menos grave: difícil no sentirse aludida por el #YoTambién.

Un factor propio ha sido el juicio del caso de La Manada, que ha puesto en evidencia la injusticia de la justicia patriarcal y que ha provocado sentimientos de indefensión ante este tipo de agresiones: difícil no sentirse concernida por la sentencia. El éxito de las movilizaciones tiene mucho que ver con el hecho de que muchas mujeres se han sentido aludidas, se han indignado, han sentido que aquello les afectaba y las hermanaba. Un tercer factor tiene que ver con la existencia de un organizado movimiento social feminista que no ha cejado en su empeño de denunciar situaciones de desigualdad, de presionar y de organizar concentraciones y movilizaciones. No es posible sostener una movilización social a lo largo del tiempo si no existe una organización mínimamente estructurada.

La principal ventaja del éxito de las movilizaciones feministas tiene que ver con la transversalidad, con la diversidad y con la interseccionalidad sobre las que se sostiene. La movilización es promovida y participada por mujeres jóvenes y mayores, por mujeres de orígenes diversos, de distintas opciones sexuales y diversas funcionalmente. Muchas mujeres se suman a la huelga laboral y/o de cuidados, a la huelga reproductiva y de consumo, porque en su condición de mujeres, toman conciencia de que la desigualdad les afecta, asistimos, a la emergencia de una conciencia de género transversal que, aunque pareciera paradójico, parte de cierta desideologización. Ahí reside, precisamente, uno de sus principales riesgos ya que la desideologización, como elemento necesario para la transversalidad de la participación, podría diluir el sujeto político que debe impulsar la necesaria transformación social, y ser utilizada de forma partidista, e incluso electoralista, sin que permee realmente el ideario ni condicione la agenda política. ¿Por qué, si no, el feminismo y las políticas de igualdad se están convirtiendo en un tema que vertebra las pre-campañas electorales? No puede ser un recurso de moda que trata de generar simpatías o antipatías, debe ser eje vertebrador de las políticas públicas.

El consenso transversal que recoge la movilización, no vinculado a siglas políticas, debiera guiar nuevos consensos políticos allí donde se toman decisiones relevantes para la vida de las mujeres y de los hombres y no meros usos partidistas que parecen buscar más el desencuentro que el acuerdo.

Por último, si hablamos del 8 de marzo de 2019, debemos mencionar un elemento que en 2018 no existía: la reacción de la ultraderecha y las resignificaciones que la derecha ha pretendido realizar de cuestiones fundamentales como la violencia de género o el aborto. Sabemos que la acción provoca reacción, por lo que la acción del movimiento feminista ha generado una fuerte reacción machista, rancia y conservadora. Sin embargo, esta reacción ultra no ha medido el impacto de la lógica dialéctica: acción, reacción, acción.

El 8 de marzo de 2019 también recoge la respuesta a los intentos infructuosos de desacreditar las políticas de igualdad, la libertad de las mujeres y la legislación contra la violencia sufrida por las mujeres por ser mujeres. No se da cuenta la reacción ultra de que, precisamente, nuestra conciencia de que los retrocesos son posibles y la convicción de que la consolidación de los derechos de las mujeres no está garantizada, es una fuerte motivación para la movilización. Ocurrencias como las de 'feminismo supremacista' o 'feminismo liberal' no van a conseguir romper el acuerdo que sostiene la reivindicación de las mujeres, conscientes y conocedoras de la realidad desigual que tienen que afrontar. Hoy van a prevalecer la sororidad y la lucha por los derechos de las mujeres. Nos vemos en las calles.

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