Una mirada al estoicismo
En tiempos de zozobra (¿cuáles no lo son, si bien se mira?) crece la necesidad del individuo de resguardarse en los puertos seguros de la ... filosofía, entendida más como pauta para enfrentarse a las vicisitudes de la vida que como un sistema articulado de conceptos e ideas. Mientras unos buscan terapias, otros acuden al pensamiento de los sabios. Allá donde el moderno recurre al 'mindfulness' y a las técnicas de relajación, siempre queda alguien que todavía encuentra respuesta a su desasosiego en los libros, y no necesariamente los de autoayuda. Quizá de entre todas las corrientes filosóficas sea el estoicismo la que más condiciones reúne para dar alivio al afligido y reposo al fatigado. La guía espiritual de Séneca, Marco Aurelio y Epicteto sigue ofreciendo suficientes garantías para acogerse a ella sin riesgo de salir defraudado, en parte por lo que tiene de una filosofía práctica orientada a la búsqueda de una vida feliz y con cierto sentido, en parte porque la sencillez con que suele venir formulada la hace accesible a la mayoría.
De modo que cada cierto tiempo sobreviene una nueva oleada de 'estoicomanía' editorial en forma de nuevos títulos o de obras clásicas revisitadas. Es lo que ocurre ahora con los 'Pensamientos para mí mismo' (2018), de Marco Aurelio, en una cuidada edición de Errata Naturae, al que la misma editorial ha sumado 'El combate por la felicidad. Séneca vs. La Mettrie' (2018), una curiosa confrontación de opuestos donde el texto de 'Sobre la vida feliz' del filósofo cordobés es impugnado por el 'Contra Séneca' del ilustrado precursor de Nietzsche. A estos libros se ha venido a unir un ensayo singular, obra del profesor Massimo Pigliucci, en torno a la 'conversión' del autor al estoicismo: 'Cómo ser un estoico' (Ariel 2018). Lejos tanto de la tentación banalizadora como de la sofisticación académica, Pigliucci ofrece una guía para el encuentro con los estoicos -todos ellos, pero Epicteto en especial- basada en su particular experiencia: el hallazgo de una filosofía «racional y amistosa con la ciencia», que no obstante incluye una dimensión espiritual y que, sobre todo, no se cierra en el dogmatismo sino que está abierta a la revisión.
Desde el punto de vista práctico, ser estoico significa además prepararse para el enfrentamiento con la muerte y aprender a «morir de una manera digna que nos permita alcanzar la tranquilidad mental y que sea de consuelo para los que nos sobrevivan». Esa imperturbabilidad del ánimo no se orienta solo al momento final; antes al contrario, ilumina toda una actitud vital, una filosofía del presente aplicable a cualquier circunstancia. Leemos a Pigliucci y nos vemos confortados por unos consejos de vida que no por venir de dos milenios atrás son menos aplicables a nuestro aquí y ahora. Nos invade la sensación de tener en las manos una brújula para orientarnos entre la confusión y la inquietud de una época actual tan desconcertante como la que vivieron los primeros estoicos. No es que el estoicismo ofrezca recetas eficaces ni soluciones infalibles. Es que nos fortalece ante su ausencia a partir de una «disciplina del deseo» que enseña a poner las metas solo en aquello que está a nuestro alcance; vienen después la disciplina de la acción y la del consentimiento, que nos previenen de nuestras propias decisiones y ofrecen herramientas para asimilar los resultados, sean favorables o negativos.
«Considera las contrariedades un ejercicio», nos recomienda Séneca. Y Epicteto: «Lo que inquieta al hombre no son las cosas, sino las opiniones acerca de las cosas». Es la empresa estoica, por tanto, un constante ejercicio de educación de la propia actitud. Si algún reparo de peso cabe oponerle es su excesiva confianza en una capacidad de autocontrol del sujeto cada vez más cuestionada por las ciencias cognitivas. Admitido que carecemos de medios para intervenir en mucho de cuanto sucede a nuestro alrededor y que por tanto no merece la pena gastar energías en ello, la siguiente prueba de calidad para validar la vigencia del estoicismo consiste en distinguir cuándo al rendirle culto estamos enderezando nuestro pensamiento y cuándo le permitimos que se deje llevar por los sesgos y los prejuicios. Dicho de otro modo: el estoicismo no puede traicionar su propia esencia convirtiéndose en una filosofía del repliegue en uno mismo y de la autodefensa contra las acechanzas exteriores, si no quiere caer en los excesos autocomplacientes propios de las filosofías positivas de la autoestima y del cultivo de los jardines interiores. Pero quien se aflige antes de tiempo se aflige dos veces, observa Séneca. Y el mismo: «La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy». Quizá el peor error en que pueda caer el aprendiz de estoico es el de fijarse metas ideales y por tanto tiránicas. Bastante es ya que el estoicismo nos dé pequeñas lecciones sobre cómo ir tirando en esta incierta aventura de la vida.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión