Un mínimo
La amabilidad da buenos resultados aunque pueda ser una estrategia. Como la agresividad lo es tan a menudo
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Viernes, 14 de diciembre 2018, 23:08
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Huyamos por una vez de lo acostumbrado, de lo de siempre, y detengámonos, aunque solo sea un momentito, en lo raro y excepcional. Lo que más me ha llamado la atención esta semana, en la que por otra parte el debate político ha seguido atrapado en su habitual dinámica de descalificaciones e insultos, ha sido el gesto que ha tenido el diputado tinerfeño de Podemos, Alberto Rodríguez, con su compañero parlamentario Alfonso Candón, del Partido Popular, al que en su despedida del Congreso le ha dedicado unas palabras de reconocimiento y le ha dicho literalmente que: «es una buena persona y le pone calidad humana a este sitio» (refiriéndose al hemiciclo español). Demonios, yo aplaudo estas cosas. No suelen ser fáciles. Y el hecho de que, de vez en cuando existan, me da ánimos para no perder la fe en la presunta racionalidad de mis representantes legales. Lo que ha conseguido Alberto Rodríguez, además de instar a Alfonso Candón a seguir siendo en adelante merecedor del enorme elogio que le ha brindado, es presentarse también él como buena persona y hacer que muchos queramos seguirle la pista a partir de ahora.
La amabilidad da buenos resultados. La amabilidad puede ser una estrategia, desde luego. Como la agresividad lo es tan a menudo. Pero es mucho más difícil de poner en práctica. No está al alcance de cualquiera. La amabilidad, la cortesía parlamentaria, el respeto, no pueden impostarse. El vídeo con las palabras de Alberto Rodríguez ha corrido por las redes y gran parte de los comentarios que ha suscitado incidían en lo mismo: en que es triste que este tipo de gestos nos sorprendan, y en la necesidad de restar acritud y destensar el ambiente de crispación que normalmente tiende a imponerse en el debate político de este país, sobre todo cuando se acercan elecciones. Por un lado, un debate demasiado relajado y confortable sería inadmisible. No lo soportaríamos. La confrontación está ahí y tiene que escenificarse. Pero lo que debe confrontarse son ideas, prioridades, criterios, no ladridos y descalificaciones personales.
Estoy convencido de que un discurso bien estructurado, sin tramposos subterfugios, pronunciado con el aplomo de la sencillez y basado en argumentos y datos reales expuestos con claridad es mucho más elocuente y eficaz que las chulerías, los desplantes y los insultos. Estamos deseando oír hablar bien a los políticos porque siempre sospechamos que quizá sea verdad eso de que tenemos a los políticos que nos merecemos. Creo que la agresividad es contraproducente. Creo que es el recurso del que carece de razones. Creo que hace daño a lo que podríamos denominar el estado de ánimo general y que debería cortarse. Subir el tono, hostilizar la atmósfera y excitar a la ciudadanía es lo último que haría un buen político. Un mínimo de altura, por favor.
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