La mesa de nogal
Echo de menos a sabios curtidos, de esos que no necesitan medrar
Estaba en el comedor y mi madre insistía en que en el siglo pasado se había construido a mano y no tenía tornillos. De apariencia ... pequeña, se desplegaba y de su interior salían tableros que la hacían tan grande como el abrazo que nos daba ella. Repiquetea en mi memoria la insistencia que mostró en los últimos años para que alguno de los hermanos nos lleváramos la mesa de nogal. Nos hicimos los locos sacando de la chistera una serie de estúpidas justificaciones. Habíamos llenado nuestros pisos de muebles de Ikea, cuyos nombres resultaban tan impronunciables como precisos sus tornillos. Las nuestras eran casas sin sombras, sin historia, propicias para el cambio, el divorcio o el abandono. La prisa que nos imprimía la vida no dejaba lugar a ceras, o caricias, quizás por eso la mesa acabó en mi trastero hasta que hace unos años volví a rescatarla para darle su lugar en mi vida.
Hoy he pensado en la mesa cuando veía a los miembros del Gobierno, y a los demás electos apresurados, aprobando leyes sin demasiada meditación, sentándose en mesas de diálogos sin la calma de una conversación. Aristóteles vino a decir que el ejercicio de la política debía confiarse a los ancianos en cuanto que lo que se necesitaba para ejercerla era sabiduría y prudencia.
En Estados Unidos el poder es el resultado de una carrera de fondo, la edad es un plus por la experiencia y su correspondiente conquista empresarial y administrativa. Todos peinan canas o se tiñen de rubio adonis. En España los electores parecen pensar que lo que necesitamos es (si exceptuamos a Carmena, a quien la dulce Cayetana llamó mas o menos senil) lo nuevo, el cambio, con jóvenes que se inician en la política como en una carrera profesional, con el agravante de la presión que supone mantener un puesto de trabajo.
La edad, además de una cuestión física, donde puedes perder osadía y tener ganas de zapatillas, es una cuestión mental. Echo de menos a sabios curtidos, de esos que no necesitan medrar, ni tienen bebés que requieren tiempo y educación, de los que han llegado a viajar ligeros, generosos y sobre todo prudentes. Veo a jóvenes muy viejos que defienden ideas retrógradas, y ajustan los precisos tornillos con la llave Allen, y a viejos muy jóvenes que, profundamente innovadores y prudentes, se dedican a sus cosas pudiendo dedicarse a la de todos. Mi mesa de nogal, a la que de vez en cuando paso una bayeta encerada como si fuera una caricia, convive con un mueble Havsta minimalista y preciso. Se llevan bien.
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