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José Ibarrola
La mancha

La mancha

Consejero de Turismo, Comercio y Consumo ·

Todavía hay quien entre nosotros se siente investido de la capacidad de decidir cómo se debe ser vasco y, por tanto, quién puede ser y quién no

ALFREDO RETORTILLO

Martes, 29 de enero 2019, 00:58

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Un guardián de las esencias se ha permitido señalar cómo debería haber vestido la dantzari del grupo Aukeran que bailó un aurresku en la ceremonia de inauguración del stand de Euskadi en Fitur, una de las ferias internacionales de turismo más importantes. El problema no es que le gustase más o menos, sino que a su juicio el cuadro ofrecido no era suficientemente «vasco».

En Fitur tuvimos ocasión de presentar una Euskadi multicolor, llena de matices y contrastes, de playas y montañas, de verdes valles y agrestes costas, de rica oferta museística y cultural, de escapadas urbanas y de naturaleza, para recorrerla a pie o en bicicleta, de moderna arquitectura y rico pasado industrial, de pintxos y grandes platos, de tradiciones y rupturas iconoclastas. Una Euskadi para todos los gustos, como decía nuestro lema este año, que venía a remachar la campaña 'Ongi Etorri' del anterior.

Queríamos sobre todo invitar a descubrir y disfrutar Euskadi en toda su diversidad, auténtico punto fuerte de nuestro atractivo turístico, al ofrecer vivencias muy distintas en distancias muy cortas. En la ceremonia de inauguración del stand quisimos reflejar también ese espíritu diverso e integrador, invitando -entre otras actuaciones- al grupo vasco Sonakay a mostrar su flamenco gitano con letras en euskera.

Pues bien, por si no era suficiente con la vestimenta de la dantzari, en este caso un ciudadano tuvo a bien dirigirse al departamento que dirijo para mostrar no solo su malestar, sino hasta su «indignación», por haber incluido la actuación de Sonakay en la inauguración del stand de Euskadi en Fitur. Y por si no quedaba claro el motivo de su indignación, añadía: «Qué (sic) poco o nada saben ustedes de la cultura euskaldun». Al escrito de queja completo puede accederse, porque es público, a través de Irekia, la plataforma de transparencia del Gobierno vasco.

Lo que viene a decirnos este ciudadano es que los integrantes del grupo musical Sonakay no tienen ningún derecho a representar a los vascos… porque no son vascos. Y es que todavía hay quien entre nosotros se siente investido de la capacidad de decidir cómo se debe ser vasco y, por tanto, quién puede ser vasco y quién no.

Por pocos que sean, son siempre demasiados. Trumps de medio pelo a quienes no basta con amurallar su país, sino que pretenden construir muros interiores, separando a los buenos de los malos, a los puros de los impuros. Influencias extranjerizantes las llamaba con desprecio el dictador Franco. Los excesos nacionalistas de todo signo incurren no pocas veces en estas actitudes.

Como esas actitudes no desaparecen, no está de más recordarles que, a este lado de su muro imaginario, somos muchos más que en el suyo. Pertenecen, por propia decisión, a una Euskadi que -como dijo el poeta- ha de helarte el corazón. Esos que cuando un inmigrante de origen senegalés recala por su trabajo en un pueblo de la costa vasca y, por ejemplo, aprende euskera por ser la lengua habitual de sus nuevos vecinos, más parecen exhibirlo obscenamente como un trofeo que como el resultado feliz de una integración cultural, lo natural para la mayoría.

Porque lo que desde luego no están dispuestos a admitir es que también parte de las prácticas culturales que trae por su propio origen pasen a formar parte de un nuevo acervo cultural vasco, el que resulta del natural mestizaje de las sociedades abiertas. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

En una democracia los derechos de ciudadanía no los deciden las opiniones más o menos peregrinas de unos o de otros. Es la ley, que a todos obliga, la que protege al ciudadano frente a la arbitrariedad. Y la ley puede cambiarse, pero en democracia incluso eso tiene límites en principios y valores, como el legado universal de la Declaración de los Derechos Humanos. Los integrantes del grupo Sonakay son ciudadanos vascos. Y, como tales, tan dignos representantes de la Euskadi de hoy como otras expresiones artísticas o culturales de este país. Su creación musical es arte vasco y, como toda manifestación de cultura, universal.

Euskadi cuenta con una tradición de expulsión a las tinieblas de aquello que no encaja con una definición estrecha, homogénea y sin tacha de lo vasco. Expresiones como maketo o hezurbeltz son demasiado conocidas para muchos. Afortunadamente, también, Euskadi ha sido pueblo de acogida y es, sobre todo, ejemplo de diversidad, auténtica fuerza motora que llevó a este país desde una sociedad agraria y pobre, que expulsaba a sus hijos a la emigración, a una sociedad moderna y pujante.

No sé si el ciudadano que rechaza a Sonakay como no vascos, u otros que aún piensen como él, habrá tenido ocasión de conocer las reflexiones que últimamente ha expresado el bertsolari Jon Maia a propósito de la cuestión. Les recomiendo que lo hagan y empaticen con la amarga experiencia que destilan. A lo mejor de ese modo recapacitan.

Nadie debería sentir que la mancha existe, que la mancha no puede desaparecer, que la mancha solo puede ocultarse. Porque un 'ongi etorri' verdadero solo puede expresarse con la convicción profunda de que desde su ser más íntimo todos tienen derecho a ser lo que quieran ser y como quieran serlo. Que nadie tenemos derecho a meter a nadie en el armario por ninguna razón. Y que -al igual que en biología está demostrado que el mestizaje fortalece y la homogeneidad deteriora- la fortaleza de una sociedad no se demuestra tratando de imponer un absurdo canon uniformizador, sino abriéndose a las corrientes del mundo y aceptando al diferente como a un igual.

Por cierto, la actuación del grupo Sonakay fue todo un éxito. Y la diversidad de la oferta vasca en Fitur, también.

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