Luis XIV en Arabia Saudí
El país se verá condenado a un colapso si mantiene un régimen totalitario basado en un fanatismo ultra
Historiador. Especialista en el mundo islámico contemporáneo
Jueves, 10 de septiembre 2020, 00:04
Desde tiempos ancestrales es sabido que Roma no paga a traidores. Ciertamente, es raro que los estados recompensen adecuadamente, y mucho menos reconozcan, a quienes ... les hacen el trabajo sucio. Sin embargo, el príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman (conocido como MBS) se muestra mucho menos tacaño y bastante más dispuesto a cubrir a los suyos. Así lo ha demostrado cuando el pasado lunes un tribunal saudí rectificó la sentencia de muerte contra los autores materiales del asesinato y descuartizamiento de Jamal Kashoggi en el consulado saudí de Estambul en octubre de 2018. Como en Arabia Saudí no existe separación de poderes, no hay duda de quién es el verdadero autor de esta sentencia.
Para comprender la brutalidad sádica del asesinato de Kashogui y el descaro del favoritismo judicial hacia sus asesinos es necesario explicar las luchas por el poder dentro del reino del desierto. Arabia Saudí es una monarquía absolutista, pero imitada por la aristocracia y la Iglesia, igual que en la Edad Media europea.
En el reino saudí no hay una jerarquía religiosa como la católica. Sin embargo, el clero wahabita ejerce de facto la misma función. Cohesionados por su ideología ultra fanática, existe entre ellos una jerarquía informal basada en el prestigio personal. Desde su punto de vista, el reino saudí entero existe únicamente para expandir su doctrina. A través de la predicación sistemática y el control cultural, la censura y el aislacionismo, ejercen una influencia enorme entre amplios segmentos de la población. No se trata únicamente del miedo o del fanatismo, sino de un complejo de superioridad, de que ellos son los auténticos creyentes y el resto del universo es chusma o poco menos. Y mucha gente se lo cree porque les gusta creérselo, porque eso justifica la opresión de las mujeres, el control total de los padres sobre los hijos ya adultos y la discriminación de los chiitas o la explotación inmisericorde de los trabajadores extranjeros.
Si se celebrasen elecciones libres, los wahabíes ganarían no solo por el peso de su apoyo popular y los recursos financieros de los que disponen, sino porque son el único grupo organizado a nivel estatal y local. Los únicos que escapan a su influjo son los chiitas, duramente discriminados, y parte -solo una parte- de las minorías más cultas, de los funcionarios civiles, los militares, o los que han viajado al extranjero, pero no son los suficientes para ganar unas elecciones, ni lo serán en décadas.
La aristocracia son los Al Saud, un linaje extenso formado por más de 5.000 individuos cuyos patriarcas forman de facto un consejo tribal que gobierna por consenso y admite al monarca reinante como un simple primus inter pares. Cada rey sube al trono únicamente con su aprobación y le pueden deponer si lo consideran necesario. Con ese poder político y el dinero del petróleo, disfrutan de una vida de lujos y privilegios que supera los más locos sueños de muchas personas.
Frente a estos dos poderes abrumadores, únicamente se alzan dos fuerzas. En primer lugar, la minoría ilustrada que entiende que, pese a todo su petróleo, Arabia saudí es un dinosaurio rodeado de asteroides. En segundo lugar, los reyes saudíes, que desean concentrar todo el poder en sus manos, en parte porque entienden que es necesario, pero también por mera codicia de poder. Por eso MBS endurece el absolutismo regio contra el resto de su linaje y contra los predicadores wahabitas. El final lógico de este proceso es una monarquía totalitaria, como la de Luis XIV en Francia. «¡El Estado soy yo!», podrá proclamar MBS mientras aplasta cualquier oposición de una forma tan implacable que incluso Stalin la aplaudiría.
Una parte de la minoría ilustrada apoyará al príncipe para librarse de los wahabíes y de la aristocracia, pero otra parte va a oponerse a esta dictadura monárquica porque no verá en ello ventaja ni mejora alguna, lo que atraerá sobre ellos una represión despiadada. Por eso Kashogui fue asesinado de tal manera que fuese público y notorio quién lo mataba, igual que Boris Nestov, acribillado a tiros a unos pasos del Kremlin. En ambos casos, la obscena impunidad del asesino envía un mensaje de terror contra cualquier conato de oposición.
La modernización es indispensable para evitar el colapso del reino saudí. Por lo tanto, es necesario ir erosionando la influencia religiosa. La tiranía sangrienta de MBS, aunque recorte el enorme poder del clero, es antimoderna e incluso podría provocar una reacción violenta que llevase al poder a los elementos más extremistas del wahabismo, lo que supondría un gran desastre para el mundo entero.
Los métodos de Luis XIV le funcionaron bien hace tres siglos, pero tan solo 74 años después de su muerte estalló la Revolución Francesa. MBS debería tomar nota.
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