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Cuando un problema empresarial alcanza el suficiente volumen y su estado se deteriora lo necesario, se convierte en un problema social. El volumen concede notoriedad, concita las adhesiones del entorno, recaba la atención de los medios y atrae las preocupaciones de los poderes públicos. Por su parte, si la situación económica y financiera se deteriora mucho, las soluciones estrictamente técnicas se alejan y todo el mundo demanda intervenciones políticas y actuaciones de emergencia social. El caso de La Naval no es el primero que transcurre por esa senda y, desgraciadamente, nada nos permite suponer que vaya a ser el último.

Contrariamente a lo que muchos opinan (incluida en esos muchos la propia secretaria general del PP, que lo dijo en estas mismas páginas), las instituciones son responsables de facilitar un entorno legal, logístico y fiscal que atraiga inversores de manera que se facilite el inevitable proceso de muerte y resurrección del entramado empresarial de una zona. Lo que los muy enterados denominan como la destrucción creativa. Pero, con muy escasas excepciones, no son responsables del hundimiento de los proyectos que se hunden.

La Naval no ha muerto por la incapacidad del Departamento de Industria del Gobierno vasco, ni por la desidia de la Diputación de Bizkaia, ni por el abandono del Ayuntamiento de Sestao. Ha muerto por la ausencia de un empresario que lidere su vida mercantil, por la falta de mercados en donde vender sus productos, por la mala adecuación de sus tecnologías a las demandas actuales y por graves carencias en su estructura de costes. Algunos verán en esta descripción una clara muestra de odioso neoliberalismo. Pues no lo es. Es lo más parecido a un frío y aséptico parte médico.

Ayer los sindicatos se negaron a prestar su apoyo a los despidos acordados por el administrador concursal, lo que inevitablemente abre la puerta a nuevos episodios judiciales. Están en su perfecto derecho, pero no cabe duda de que esta decisión dificultará aún más la entrada de nuevos inversores, a quienes no les gusta cargar con pecados ajenos y no acostumbran a aceptar herencias, si no es a beneficio de inventario. ¿La solución? Más lejos y más tarde.

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