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La movilización histórica por la igualdad de las mujeres no debe pasar al olvido de la Historia, donde cabe todo holgadamente. Nunca hasta ahora se han movilizado tantas mujeres contra la desigualdad de género, en todas sus variantes. En 120 ciudades españolas se registraron huelgas y paros contra la discriminación, contra el acoso y contra la violencia, en unas movilizaciones nada violentas y que se conforman con llevar razón, como si la razón nos llevara a alguna parte que fuera distinta a la que conocemos. Jamás ha habido tantas marchas contra la discriminación. Tras un tiempo larguísimo en el que estaba prohibido opinar, se ha abierto la veda y hay que aprovecharla. El llamado año del #MeToo ha celebrado ruidosamente el impulso global del movimiento feminista, con el empuje de muchos varones. Aunque no sean cosas de jugar, están en juego la brecha salarial y las pensiones. Según UGT y CC OO, fueron seis millones de trabajadoras las que secundaron la huelga en España. Otros nos limitamos a aplaudirla, ya que ovacionar a los disidentes es baratísimo.

Mientras, el expresidente Puigdemont, desde su confortable autoexilio, y Esquerra Republicana de Catalunya tratan de garantizar la creación del nuevo Govern. Ningún gobierno es fácil, pero el nuestro lo tiene especialmente dificultoso. Hablan, a distancia, de «instituciones en el exilio» y de recuperar las leyes suspendidas por el Tribunal Constitucional.

Bien lo sabe Dios, llamándolo así a ese neutral agente de nuestro destino, al que los viejos catecismos pintaban como un señor con la raya en medio. Juan Ramón Jiménez, que clamó por la transparencia, la echaría de menos si viviera. Luis Cernuda, que nos conocía mejor, no esperaba nada de nosotros.

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