Lo lamento

Como escribo en sábado, me tocan todas las jornadas de reflexión. Podría copiar la columna del pasado 27 de abril y pegarla de nuevo. Creo ... que no se enteraría nadie. Se titulaba 'Melancolía'. Y entre otras cosas, decía: «Me preocupa mucho que Vox supere todas las previsiones». Al final, superó del 10%. Ahora, seis meses después, Vox es el partido que más crece. Podría doblar su número de diputados. Hay hasta quien dice que podría convertirse en la tercera fuerza. En fin. «Ten cuidado, el mundo está detrás de ti», creo que lo avisaba Lou Reed en alguna de sus canciones. Siempre tiendes a creer que el mundo es lo que tienes delante. Lo que ves. Lo que empieza ahí, como un palmo más allá de tus narices. Pero también está detrás. También está a tu espalda y esa parte no alcanzas a verla. Y puede darte un susto. Porque ya no es solo que lo que ves a las claras, o lo que crees que vislumbras, o lo que a duras penas consigues entender, te resulte indignante y más o menos criminal. Es que luego está lo que no ves. Y lo que sabes que nunca sabrás. Y lo que ni siquiera llegarías a sospechar. En los últimos años hemos tenido la oportunidad de atisbar, aunque solo sea en parte, la clase de fuerzas que nos controlan y manejan. El peculiar estilo del mundo del siglo XXI. Y ahora resulta que uno de los más inmediatos efectos de todo eso es el auge feroz de la ultraderecha. Yo no quiero amargarme. Intento adoptar una actitud distendida ante la realidad que me rodea y quiero que se note en mi escritura. Intento celebrar la vida cada día. No es que me considere un optimista. Detesto el optimismo insustancial. Creo que los optimistas acaban tragando mucha mierda, pobres tipos. Además olfateo el aire y huelo a fascismo y me parece que no soy el único que lo nota. En determinados momentos, no se puede ser optimista. Es peligroso. Peor aún: es una obscenidad.