Lágrimas en la lluvia
Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU ·
Izquierdas y derechas están cómodas instaladas en su distancia, pero la envergadura de los problemas necesita una intervención de amplio espectro capaz de sacarnos de este atolladeroAntes de morir, el replicante Roy Batty pronuncia el famoso monólogo de 'Blade Runner' (1982): «Yo he visto cosas que ustedes no creerían». Le siguen ... algunas referencias singulares (la puerta de Tannhäuser y esas cosas) y remata: «Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia». El soliloquio, una escena de culto para los curiosos de la postmodernidad, comprende al menos dos realidades de este tiempo: lo inimaginado (más que lo inimaginable) se hace rutina, y lo principal y lo accesorio se confunden en un mismo plano.
La minicampaña electoral que acaba de empezar puede interpretarse como un 'continuum' lluvioso inacabable, pero también puede estar ocultando corrientes internas de más fuste, lamentos e insatisfacciones en forma de lágrimas que se llevan las gotas de lluvia. Para los agentes políticos (los partidos y sus seguidores más cafeteros), esta no es sino otra convocatoria más, por mucho que se pegue peligrosamente a la anterior y a las anteriores. Para buena parte de la ciudadanía es una situación que se lleva por delante las razones que justifican la existencia, precisamente, de esos partidos políticos.
La ciudadanía, en su enfado, está valorando con mucha precisión el sentido de la política, que no es otro que la posibilidad de organizar ordenadamente la vida colectiva, atendiendo a la cambiante voluntad de la opinión pública y con respeto a los procedimientos institucionales. Es cierto que una parte de la misma se recluta aún entre impenitentes partidarios, dispuestos sobre todo a sacar adelante a los suyos y a sus causas. Pero otra parte imprecisa, aunque supongo que no desdeñable, empieza a darle más importancia a lo que nos estamos perdiendo con este trajín incomprensible y a lo que deberíamos hacer para recuperarnos. Posiblemente, otra vez, pero ahora con más énfasis, aquella opción que represente la posibilidad de desbloquear esta situación será la que atraiga votos más allá de su electorado tradicional. Los esquemas ideológicos pueden estar reblandeciéndose ante la necesidad de alcanzar una cierta normalidad.
¿Quién está más cerca de eso? No es fácil responder. Entre todos la tenían y ella sola se murió. Cada partido aporta su granito de dificultad, algunos problemas elevan exponencialmente lo complejo de la situación y la suma de unos y otros, con sus respectivos mecanismos de mutua exclusión, imposibilitan una salida a corto plazo. Da igual que se ponga el ejemplo de la crisis catalana, de la realidad socioeconómica o de las profundas reformas que necesita nuestro sistema político. Nadie es capaz de imaginar una suma de escaños que proporcione la mayoría necesaria para hacer algo. Ni siquiera el reconfortante escenario del CIS del otro día, con sus dos aseadas alternativas -con Podemos o con Ciudadanos-, reporta confianza (más allá del asunto recurrente de su credibilidad).
Y, sin embargo, pocas veces como en la presente somos conscientes de que la envergadura de los problemas precisa de una intervención mancomunada, de amplio espectro, capaz de sacarnos de este atolladero. Aparece ahí la segunda de las cuestiones: la de la posibilidad inimaginada. Seguimos echando las cuentas a la vieja usanza, pero quizás la situación, por sus dimensiones dramáticas, ya no es del ordinario estilo. Cualquiera de las crisis a la vista y las que nos acechan puede orientar a la opinión pública más al abordaje ecléctico de los problemas que a su tratamiento cartesiano llevado a cabo desde una ideología o solución precisa. Igual acabamos viendo en esta legislatura naves en llamas más allá de Orión y rayos C brillar en las cercanías de esa ignota Puerta de Tannhäuser.
Es claro que no hay para estas horas ni voluntad ni necesidad asumida. Izquierdas y derechas están cómodamente instaladas en su distancia. A nadie se le pasa por la cabeza que una fuerza superior a ellos les obligue a concertar. Tampoco están educados para tal empeño: es una generación de políticos que ha sustituido a la anterior y que no conoce las técnicas para llegar a un intermedio, si no virtuoso, al menos operativo. Incluso los que pretendían ocupar un espacio de relación ambidextra han demostrado que estaban a otra cosa y con un programa más extremista. En este tiempo inmediatamente pasado todos se han aplicado a distanciarse, incluso de los cercanos, pero hoy toca ponerse de acuerdo ya.
Lógicamente, en el arranque de la campaña, esta es una reflexión a desmano. Nadie puede postularse ante los suyos anticipando que con sus votos va a acercarse a los contrarios. Ahora toca acumular todas las fuerzas posibles por la vía de extremar el discurso y hacerse con los propios, ya para estas horas sumidos en las dudas. Pero sería engañarnos no albergar la posibilidad -y, si se gesta bien, también la oportunidad- de que la fuerza de los hechos se imponga y la corriente principal se destaque en el paisaje. Vamos a vivir todavía tiempos feroces, sobre todo porque seguimos desprovistos de respuestas y de instrumentos adecuados a determinadas demandas. Es difícil imaginar cuáles sean estas; incluso resulta a día de hoy turbante y desesperanzador: uno no se imagina valorando especulativamente las opciones del contrario. Pero son de tanta envergadura los problemas que habrá que abrir un espacio para lo inimaginado. Salvo que prefiramos terminar como Roy Batty diciendo eso tan dramático de «es hora de morir».
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