Jóvenes, emancipación, salarios y compromiso
El sistema económico, la cultura social y el insuficiente alcance de las políticas públicas es lo que mantiene retenida a la juventud en casa de sus padres y no en la suya propia
Irse de casa de los padres? No antes de los treinta años, el sueldo no lo permite. Porque el máximo razonable del salario que debe ... dedicarse a la compra de vivienda en solitario es del 30%. Y aquí, en Euskadi, un joven, entre 18 y 34 años, debe destinar el 60% de su sueldo mensual para adquirir una piso en el mercado libre. O lo que es lo mismo, el precio de la vivienda debería ser la mitad de lo que fija el mercado. O el joven debe ganar el doble. O que las casas tengan la mitad de los metros cuadrados de lo que tienen normalmente. Un joven puede acceder con su sueldo actual a un piso de 45 metros cuadrados, pero los normales miden 90. O comprar la vivienda a medias con otra persona, en pareja, y esto exige un compromiso de estabilidad.
Desde el año 2007 hasta 2018, el salario neto mensual de un joven en Euskadi ha subido de 1.286 euros a 1.336, menos de un 4% acumulado, en once años. La vivienda libre en el mercado (nueva y usada) ha bajado un 26% en ese período, y la protegida se ha incrementado un 42%, aunque sigue siendo un 25% más barata que la libre.
La renta de alquiler máxima tolerable para la juventud asalariada vasca menor de treinta años es de 350 euros. Y el alquiler medio mensual de la vivienda libre supera los mil euros al mes, lo cual supone un aumento del 15% acumulado desde 2007. Los pisos protegidos en alquiler cuestan 319 euros, pero hay muy poca oferta pública para la demanda existente.
El doble de sueldo o un piso a medias. No hay más. Si hablamos del arrendar, el acceso es más prohibitivo, un alquiler medio supone el 85% de lo que ganan de los jóvenes. Imposible para la mayoría. Las rentas a los inquilinos no han dejado de subir, mientras que el coste de la compra de vivienda se ha mantenido razonablemente contenido. Son datos del Observatorio Vasco de la Juventud, en un informe sobre la emancipación residencial en Euskadi. Tan oficial como terrible. Y eso que en términos comparativos el acceso a la vivienda libre en propiedad ha bajado desde 2007. En España, estos mismos datos son aún más desoladores.
Claro que los hay con suerte, porque sus salarios son más altos que las medias o porque sus padres les ayudan. Pero también los hay con mucha peor suerte, los que ganan menos que la media y sus padres no pueden costear ningún gasto extra, ni para sus hijos.
Los números son fríos, pero su lectura social nos deja helados, ya que el anhelo de libertad se asienta en la emancipación residencial. Es la primera condición hacia la construcción personal de un proyecto de vida: es re-nacer, con autonomía, para diseñar el destino personal, es re-hacer la vida, con otras ataduras, algunas no deseadas, pero consustanciales, como la hipoteca del banco y la imperiosa necesidad de tener empleo y sueldo suficiente. Otras decisiones, propias de nuestro ser que, en el ejercicio de nuestra libertad, con-prometen nuestro futuro al estabilizar una relación de pareja y más aun, cuando se decide en común ser la madre y el padre de hijos, repitiendo la historia de nuestros progenitores, la historia de la humanidad.
Los jóvenes quieren emanciparse y la mayoría de las parejas desean tener dos hijos. Pero nada facilita esta voluntad. Los progenitores nos han dado una cultura y unos valores, y nos han dado todo lo que tienen. Jóvenes y mayores nos conjuramos para que la emancipación sea posible y dé curso a la vida. Pero lo que naturalmente debe suceder a los veintipocos años, sucede a los treinta. No atrasamos la salida voluntariamente, son el sistema económico, la cultura social y el insuficiente alcance de las políticas públicas las que nos mantienen retenidos, por fuerza mayor.
Porque para hacer posible la emancipación, el joven debe ganar lo suficiente, sin depender de otras personas. Y esto no es posible, al menos hasta los treinta años. Demasiado tarde para hacer realidad proyectos vitales, para estabilizar una relación que quiera tener hijos. Porque los proyectos necesitan tiempo. Y si hasta los treinta no podemos «ni pensar» en proyectos, la vida se nos echa rápidamente encima.
Com-partir la compra o el alquiler de vivienda entre dos, en la mayoría de los casos en pareja, hace más viable el deseo de vida autónoma. Pero esto exige un previo, el com-promiso de estabilidad, de permanencia en el tiempo. Y los tiempos actuales no son favorables a los compromisos vitales, de largo plazo. El sistema económico impone su propia cultura cortoplacista, y las escalas de valores personales priorizan otras decisiones, más hedonistas, cercanas al Carpe diem de Horacio, aprovecha el día, vive el momento.
La emancipación significa libertad, y consiste en tomar decisiones libres, en las que no siempre la marcha atrás funciona, ni debe funcionar; significa elegir un proyecto de vida y comprometerse con él, ser responsable, y hacerse cargo de las consecuencias del ejercicio de esta libertad.
No tenemos muchas posibilidades sociales y económicas de cambiar esta situación a corto plazo, pero tampoco es imposible hacerlo a largo. Sueldos decentes, acceso universal a la vivienda, adaptada a las necesidades y posibilidades vitales, educación en valores y en asunción de compromisos, inversión en juventud, en políticas públicas y en decisiones familiares, cuando sean posibles.
En Francia no ocurre nada de esto. En Suecia, los jóvenes se emancipan antes de los 19 años. Tenemos un largo camino de mejora posible en un mundo lleno de obstáculos. Con la voluntad y el esfuerzo de todos.
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