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Inés Arrimadas ha anunciado su intención de presentarse a las elecciones generales por Barcelona. Dado que ocuparía el primer puesto de la lista, podemos dar por segura su salida del Parlament y su llegada al Congreso. La decisión es inteligente para su partido. La cuestión catalana va a ocupar un espacio importante y central a lo largo de la campaña, Arrimadas parte con ventaja y creo que atraerá muchos votos. Se ha fajado duramente con el problema y es una persona de discurso fácil y amable que gusta a personas de distinta ideología y que genera pocos anticuerpos, fuera del mundo indepe, claro.

Pero no todo el mundo lo ve así. Algunos consideran que, eso de irse 'a Madrid', es poco menos que una traición a sus votantes, una dejación intolerable de responsabilidades. Un ejemplo, Aitor Esteban, que no le vota, la criticaba duramente el pasado viernes y, en un alarde de ironía, aseguraba que iba a hacer un «Maroto». Seguro que recuerda que Maroto dejó hace un tiempo sus ocupaciones alavesas y vascas para desembarcar en las oficinas centrales del PP. Otros muchos lo hicieron antes, el mismo Alfonso Alonso recorrió el camino en ambos sentidos, y recibieron críticas similares.

¿Es algo censurable eso de cambiar de elección e irse a Madrid? ¿Es irrelevante para Euskadi o Cataluña lo que pase y se decida en Madrid? En el caso de Esteban resulta difícil de seguir el argumento, pues si Arrimadas se presenta como número uno por Barcelona, él lo hará –y lo ha hecho ya en cinco legislaturas – como número uno por Bizkaia. ¿Ha perdido el tiempo desde 2004 y lo va a seguir perdiendo en los próximos cuatro años? ¿Qué pasa con los que se van al Parlamento europeo en Estrasburgo, también es una traición pues nos da igual lo que allí suceda?

Es curiosa esa manía de los nacionalistas de ver con malos ojos el trasvase a las responsabilidades generales. Eso no sucede en otros lugares. Por ejemplo en Francia, donde la legislación lo permite, es usual el hecho de compaginar cargos locales, como alcaldes incluso de ciudades importantes, con responsabilidades 'en París'. Por ejemplo, nada menos que alcaldes de Burdeos y primeros ministros, como Alain Juppé y, antes, Jacques Chaban-Delmas. O el propio Manuel Valls, que compaginó la Alcaldía de Évry con el Ministerio del Interior, primero, y la presidencia del Gobierno (primer ministro) después.

En Estados Unidos es aún más habitual. Los Bush, padre e hijo, llegaron a Washington desde Texas, Obama desde Illinois, Clinton desde Arkansas y así sucesivamente, de la manera más natural y sin recibir por ello una sola crítica. Como no las tuvieron ni Rajoy por dejar Galicia, ni González por cambiar Sevilla por Madrid.

Es decir, las valoraciones negativas no dependen del hecho en sí, sino del lugar de salida y de la persona desplazada. Y, por supuesto, de la ideología de la persona que lo enjuicia.

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