Irene y los peques
El Gobierno Sánchez tenía los datos en la mano para evitar que llegáramos a esto
Fue el primer tuit de Pablo Iglesias al iniciar su cuarentena junto a esa mujer con la que iba a hacer Historia: «Tanto Irene como ... los peques y yo estamos bien». Si las revoluciones empiezan por el lenguaje, esta pareja habla como ya no hablan ni los pijos más cursis y rancios. Él habla de peques y ella de cachitos, besotes y sorpresas superbonitas. Ella convierte en una pelu de chonis todo lo que pisa con su niña en brazos: el Ministerio, el Instituto de la Mujer, las manifestaciones... No, no han traído el Frente Popular ni la revolución bolchevique ni los fusiles de Paracuellos ni las guillotinas del reinado del terror. Han traído ineficiencia, arribismo y una impostación ideológica que sólo esconde una insondable oquedad.
¿Para qué sirve la propaganda ideológica que estigmatiza al otro en tiempos de vacas gordas (el franquista, el facha, el rojo, la feminazi…) y se revela inoperante ante una crisis real? Pasó con el zapaterismo y su conjunción planetaria, que quedó reducida a la tómbola de las bombillas de Miguel Sebastián cuando llegó la recesión económica de 2008. Y ha vuelto a pasar con el sanchismo, que iba a cambiar la vida de la mujer y que, en efecto, la ha cambiado de la noche a la mañana. Ahí están todas las trabajadoras que pillaron el coronavirus en la manifa del 8-M y que ahora no pueden ir al trabajo. El Gobierno ha acabado mandando a esas mujeres a casa, a cuidar a los niños, como los machistas más troglodíticos. El Gobierno tenía todos los datos en la mano para evitar que llegáramos a esto. Tenía el ejemplo italiano de lo que no había que hacer, pero siguió ese ejemplo al pie de la letra como si fuera un guión modélico, un patrón canónico, un norte utópico. No previó nada y lanzó a un millón de mujeres a la calle porque la propaganda era lo primero. Y la propaganda se ha estrellado con la realidad. La realidad es el estado de alarma de un país colapsado. La realidad son los bandazos en la legalidad sobre las bajas laborales. La realidad es el Lenin de Galapagar hablando de los peques y saltándose la cuarentena.
Uno se alegra sinceramente de que Irene y sus peques estén bien, pero piensa en los peques de los trabajadores y trabajadoras de las empresas que no van a poder soportar el embate de esta inactividad impuesta por los hechos; en los peques de los padres a los que se les niega la prueba médica a que han tenido acceso inmediato Irene y Pablo; en los peques que no pueden ir ni a las guarderías clausuradas ni a la casa de unos abuelos susceptibles de contagio; en los peques de los parados que va a producir este tsunami vírico. Es que los demás españoles y españolas también tienen peques y pecas.
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