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Independencia judicial

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- Editorial - ·

La renuncia de Marchena insta al PSOE y al PP a cesar en la arrogancia de que el Estado son ellos

ELCORREO

Miércoles, 21 de noviembre 2018, 00:52

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La renuncia de Manuel Marchena a verse como candidato a presidir el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial desató ayer una crisis institucional que estaba latente en las propias maneras empleadas por el Gobierno y el PP para renovar la cúpula de ese poder del Estado. El anuncio de las funciones que desempeñaría Marchena por un acuerdo entre los dos partidos antes de que hubiesen consensuado los nombres de los vocales del Consejo que debían elegir a su presidente ya había puesto en cuestión el proceso. El mensaje en el que el portavoz popular en el Senado, Ignacio Cosidó, aseguró a los miembros de su grupo que el pacto les permitiría controlar «por detrás» la Sala de lo Penal del Supremo acabó de poner al borde del ridículo el principio de separación entre los poderes del Estado.

La intromisión de los intereses partidarios en el Poder Judicial y las maniobras dilatorias o de obstaculización en los casos de corrupción han sido una constante que volvía cínicas las promesas de regeneración democrática. Pero era difícil imaginar que los partidos con poder pudieran continuar perseverando en tan vergonzosa práctica. Hasta que ha quedado demostrado que, incluso cuando las expectativas de las distintas formaciones aparecen igualadas, las siglas tradicionales y con más influencia -PSOE y PP- exhiben su arrogancia para recordar que el poder del Estado sigue siendo suyo. El problema no está tanto en el procedimiento para designar a los integrantes del CGPJ como en el modo en que lo interpretan las fuerzas políticas. La respuesta de Pablo Casado al plantear que sean los jueces quienes elijan en exclusiva a su órgano de gobierno pareció la improvisada escapatoria respecto a un pasado que ha vuelto a aparecérsele de la mano de Cosidó, cuando este último o cualquier otro podrían informar a los suyos de que tal fórmula encierra un truco favorable. Las alabanzas de Pedro Sánchez a la actitud de Marchena reflejan la naturalidad con la que el socialismo gobernante cree poder moverse entre la descarada invasión del Poder Judicial y la reivindicación del legado de Montesquieu, sin que nadie se haga responsable de lo sucedido. La suspensión del acuerdo entre el Gobierno y el PP pareció ayer una pésima noticia. Pero en el fondo se trata de un mal menor que, incluso, podría contribuir a que Sánchez y Casado recapaciten y renuncien a la arrogancia como señal disuasoria o reclamo electoral.

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