La humillación de Erdogan
Algunas personas no saben aceptar un 'no' por respuesta. El presidente turco, Recep Tayip Erdogan, es una de ellas. Derrotado en su feudo tradicional de ... Estambul en las elecciones municipales del 31 de marzo, decidió que los resultados no valían, que se habían producido irregularidades porque lo decía él, así que coaccionó a las autoridades electorales para forzar una repetición, que tuvo lugar el pasado domingo.
Algunas personas no saben aceptar un 'no' por respuesta, pero tienen que tragárselo con patatas de todas formas. El 31 de marzo el candidato de Erdogan perdió por 14.000 votos de diferencia. Ahora ha perdido por 740.000 votos. Eso muestra la movilización de la oposición, pero también el debilitamiento del apoyo al imperioso presidente.
Sin embargo, la derrota electoral debería, por extraño que parezca, mejorar la imagen del presidente turco y arrebatarles argumentos a sus adversarios. Desde las protestas del parque Gezi en 2013 se viene dando la voz de alarma por la deriva autoritaria de Erdogan, acusándole de aspirar a la dictadura de facto, como Putin en Rusia u Ortega en Nicaragua. Pero sus defensores, que los tiene, pueden alegar que si de verdad fuese un dictador, habría trucado las elecciones para ganarlas. Sin embargo, es incuestionable la deriva autoritaria que padece Turquía. Si el país fuese una democracia de verdad con división de poderes, Erdogan nunca hubiera podido forzar la repetición de las elecciones, ni destituir y arrestar arbitrariamente a decenas de miles de funcionarios públicos.
Erdogan intenta mantener una fachada democrática para legitimar el régimen y dejar un mínimo espacio de flexibilidad frente a las tensiones sociales, sin necesidad de tratar cualquier protesta como si fuese un delito de rebelión. De esta forma, el régimen no tiene que fiarlo todo a la represión. Ya controlan los tribunales, la policía, los medios de comunicación y la administración pública, de manera que aunque las elecciones sean libres, los dados están cargados a favor del Gobierno. Pero no todo lo que sucede en la política turca puede explicarse mediante factores racionales. La soberbia de Erdogan le ha empujado a un exceso de confianza, y la misma soberbia y el mismo exceso de confianza le han llevado a esta nueva derrota, mucho peor que la anterior.
Los modales irascibles de Erdogan encubren una red de mezquinas corruptelas y nepotismo, que han debilitado la economía turca. El AKP de Erdogan ha gobernado Estambul durante 25 años y aunque al principio la gestión municipal fue positiva e incluso encomiable, poco a poco la ciudad ha ido padeciendo unas prácticas que recuerdan cada vez más a la Marbella de Jesús Gil. De hecho, el nuevo alcalde, Ekrem Imamoglu, del CHP, entró en política en 2009 para oponerse a las arbitrariedades en la conexión de contratos públicos.
Temo que Erdogan acabe reaccionado de manera extrema ante esta derrota. Por la alcaldía de Estambul pasan muchos contratos, mucho dinero, muchos favores a los amigotes, que ahora los van a perder. La nueva Administración, al revisar las cuentas, va a destapar un escándalo, y otro, y luego otro más. Para un hombre como Erdogan va a ser muy fuerte la tentación de resolver el problema por las bravas, acusando a Imamoglu de cualquier cosa para que unos tribunales ya domesticados le condenen, o dando el paso decisivo de controlar directamente el recuento electoral, sin supervisión ni garantías. ¿Si a Putin le ha funcionado, que le impide a Erdogan hacer lo mismo?
Turquía no es Rusia. La población turca ya ha asumido que el Gobierno ha de ser democrático. No están domesticados y domados como los rusos recién salidos de la era soviética y traumatizados por el caos bajo Yeltsin. Por eso no se resistieron a Putin, pero Erdogan no tiene garantía alguna de que los turcos vayan a ser igual de dóciles.
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