Por una hospitalidad digna
Con los refugiados ha pasado como con otras cosas. Se ha llegado a ese punto del «de vez en cuando». Perdida la frescura de lo ... noticiable, los medios los han dejado de lado como si fueran un elemento más de la cotidianeidad. Apenas algún apunte, quizás una o dos referencias y poco más. Los refugiados, que aún están ahí, ya no son ni siquiera noticia. Así las conciencias se calman. Y sin embargo ellos existen y se empeñan, pese a los desaires, en llamar a las puertas de una Europa neurótica y atenazada por sus miedos. Confiados en el credo de un europeísmo puro, las mareas de refugiados mantienen su fe en un continente que pocas cosas efectivas ha hecho por ayudarles de verdad, a no ser, el de estigmatizarles como elementos desestabilizadores y distorsionantes de unas sociedades víctimas de una paulatina pérdida de identidad al mismo tiempo que paralizadas por el miedo.
Los refugiados son un problema, cuando no una molestia. Por ello no extraña que, en Francia, la Ley sobre asilo e inmigración bascule sobre cuestiones que se resumen en una sola: control. A su estilo, Macron no hace más que recoger el miedo y gestionarlo por la vía más rápida, a saber, el calmar las conciencias proyectando toda una serie de medidas que tienen en la expulsión su objetivo más importante. Así, y a pesar de merecer el mérito de haber emprendido una iniciativa que aquí se nos antoja casi utópica, el proyecto de ley francés sobre inmigración vuelve a evidenciar una vez más lo que Daniel Cohn-Bendit y Romain Goupil señalan: que Europa adolece de una gran falta de solidaridad conducente a una inacción total frente al fenómeno de los refugiados. No sólo Europa se olvida de su historia y de sus valores fundacionales sino que se ha obviado el deber de una hospitalidad digna que va más allá de la mera acogida. Para ambos intelectuales, la hospitalidad, no sólo debe basarse en la dignidad, sino que tiene que ser humana y ordenada. Exige, por ello, un esfuerzo de protección dentro de los valores más humanos de Europa que validen eficazmente a los refugiados y les hagan partícipes -sí, sujetos activos-, en sus propios procesos de integración y no meros sujetos sometidos a la burocracia del Estado.
Evidentemente, una política basada en una hospitalidad digna, humana y ordenada exige leyes que vayan más lejos que las actuales, incluso que la francesa que vuelve, una vez más, a provocar una mirada hacia el ombligo pues de lo que se trata es de proteger el territorio nacional sea como sea. Pero si se quieren leyes eficaces, éstas deben de mirar más allá y dotarse de instrumentos transversales, el deber de la hospitalidad ha de ser el primero, que no criminalicen y que conviertan a los refugiados en sujetos activos y participativos en sus procesos de integración. Porque así se ha construido Europa, no hay que olvidarlo, con la participación de todos los ciudadanos. Quizás, el primer paso con los refugiados sería, además de considerarlos como invitados, tomarlos como ciudadanos de verdad. Cambiarían muchas cosas.
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