El Gobierno portátil
Es en esa búsqueda de un inútil alarde de buen rollito con los 'indepes' donde se enmarca la cita ministerial del viernes
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Lunes, 17 de diciembre 2018, 01:00
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A Pedro Sánchez la Moncloa se le queda pequeña y, por esa razón, ha tenido la brillante ocurrencia de sacar a pasear sus consejos de ministros por diferentes lugares de España como los cómicos de la legua y los feriantes de antaño. Primero fue Sevilla y ahora es Barcelona. Ya en cualquier sitio puede saltar la liebre y aterrizar su Gobierno trashumante, su Ejecutivo nómada. La iniciativa es interesante porque supone un importante paso en la socialización de los viajes, a los que Sánchez es tan aficionado. Hoy los beneficiados son los ministros y ministras, pero la idea del presidente es hacernos volar a todos, 'falconizar' nuestras vidas en un perpetuo movimiento nacional; dinamizar la Justicia, la economía, el empleo, la industria a base de mover a los titulares de esas carteras de un lado para otro de modo que se les pueda acusar de todo menos de inmovilistas.
El experimento de montar a finales de octubre un Consejo de Ministros en la ciudad del Guadalquivir tenía como doble objetivo reconciliarse con Susana Díaz y darle un espaldarazo en las autonómicas. No logró ninguna de las dos cosas, pero él no se desanima. Ahora toca el numerito de Barcelona, que no tiene como objetivo solucionar nada, sino marcar distancias con la etapa de Rajoy. Desde que llegó al poder, Sánchez ha intentado buscar por todos los medios algo que le diferenciara del anterior Gobierno en el enfoque de la crisis catalana. Ha intentado desmarcarse hasta del 155, como si fuera algo que no iba con él, pese a que suscribió su aplicación. Quería presentar, en fin, un perfil más dialogante y unos tonos más apagados que su predecesor en el tratamiento del lío secesionista, pero no lo lograba porque, si algo se le reprocha a aquél es su inacción, no su virulencia, y porque ser más apagado que Rajoy es sencillamente imposible.
Es en esa desesperada búsqueda de un diferenciador, espectacular e inútil alarde de buen rollito con el independentismo, donde se enmarca la cita ministerial del viernes. Sánchez pensaba que había dado con la gran fórmula, el paso inédito, el hito memorable que lo distinguiera del PP: aterrizar con su gobierno portátil en medio de Las Ramblas y sacar la mesa plegable, la tortilla, el termo y las gaseosas, como los domingueros del desarrollismo. El problema es que, en ese ajedrez, no contaba con el movimiento esloveno de Torra. Ante ese teatral e 'ibuprofénico' aterrizaje, el nacionalismo tiene todas las de ganar. Si triunfa el circo que le están preparando los CDR, estaremos ante una demostración de la fuerza del desafío. Si éste es reprimido, explotarán la carta victimista. Tampoco hay que descartar que Torra juegue al papel institucional de bombero del fuego que él ha provocado. En ese caso, nos venderá su sentido de la responsabilidad, su mano tendida al diálogo, su pacifismo. Y habrá quien se lo compre.
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