Fugados en Benidorm
Furgón de cola ·
A Osakidetza le desaparecen ochocientos ciudadanos de más de cien añosEl viceconsejero de Sanidad informó ayer de que la vacunación de los ciudadanos vascos de más de cien años va muy bien, de fábula, si ... se pasa por alto un pequeño detalle: Osakidetza no tiene la menor idea de dónde está el 42,5% de los vascos mayores de cien años.
Que en el País Vasco hay 1.800 personas de más de cien años llevaba Sanidad repitiéndolo una semana. Que ayer nos enterásemos de que no saben dónde están 800 de esas personas es por supuesto un escándalo que tiene un único culpable: los centenarios vascos. Lleva esa gente, según parece, una vida clandestina y al margen de la oficialidad, manejando muy probablemente filiaciones falsas por motivos que, es triste decirlo, yo creo que van a tener que ver con el mundo de las drogas, los circuitos de música trap y el sexo en grupo.
Ayer al viceconsejero de Sanidad le preguntaron si se va a vacunar a esos centenarios en paradero desconocido y él contestó con otra pregunta: «¿En Benidorm?». A mí me parece que se quedó corto y hay que decir las cosas claras: a los centenarios del país habría que ir a buscarlos también a los peores clubes de música electrónica de Berlín, los casinos de Las Vegas y la zona de Sinaloa, donde será raro que no haya un clan del narco sin su anciano vasco encargándose de la violencia y las fiestas con mariachis.
Llevando esas vidas, claro, tú llamas después a la casa del vasco centenario en Santutxu, Altza o Txagorritxu y no te responde nadie. La posibilidad de que el anciano esté muerto, incapacitado o residiendo con familiares ni se contempla, del mismo modo que no se contempla que, tras un año de pandemia, Osakidetza tenga sus bases de datos, más que actualizadas, refulgentes, para acometer así una campaña de vacunación que resulte tan veloz e infalible que asuste.
La buena noticia es que ahora se empieza a vacunar a la gente que tiene entre noventa y cien años y no habrá el menor problema. Esos ciudadanos van a estar todos en casa, atendiendo el teléfono como en un despacho profesional. Es, como se sabe, a los noventa y nueve tacos cuando el vasco común apuesta por la desaparición y el lado salvaje. «Paso de todo», se dice entonces, frente al espejo, viendo que llega su mejor momento. «Me las piro».
Sánchez
Antes y después
Casi estamos en marzo y Pedro Sánchez se animó ayer con la primera rueda de prensa del año. Fue en las escaleras de Moncloa, estilo Casa Blanca. El temazo, la nueva regularización fiscal del rey emérito, ese contribuyente al que la Agencia Tributaria no se sabe si termina de verle el lado sospechoso porque parece otorgarle un margen de reacción cuando menos llamativo. Sería un error considerable: los españoles pueden tener ideologías variopintas pero sufren las mismas inspecciones fiscales. A ese respecto, Sánchez pide confianza e insiste en que una cosa es el emérito y otra su hijo, que ha marcado «el antes y el después a favor de la ejemplaridad». Se confirma que el presidente defiende la institucionalidad mientras su vicepresidente la ataca. Felipe VI ha recibido una corona en llamas. Y relavitizar se antoja complicado. No parece un asuntillo menor que quien le falló al Estado fuese el jefe del Estado.
Hasél
A lo bonzo
Pablo Hasél publica un poema desde la cárcel. Se titula 'Fuego en las calles' y es una cosa atroz en la que desde luego las calles arden, también las barricadas, pero luego «llueven piedras si impusieron un cielo negro». Y arden más las calles «porque las tristes lágrimas se cansaron de ser furiosa gasolina». Así todo. Una redacción de Secundaria. Y Hasél tiene treinta y tantos años. De esto, sin embargo, no se habla. Ni de lo que conlleva: ese montón de gente utilizando mientras sirva a alguien a quien van tardar poco en abandonar a su suerte, que no es buena.
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