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A mí no. La postura planteada por Sortu de apoyar las campañas iniciadas en contra del turismo encajan perfectamente en su política de oposición a todo y en su filosofía de cuanto peor, mejor. Es evidente que la masificación del turismo empieza a crear problemas que no deberíamos de menospreciar y que, más bien, necesitan una reflexión profunda y serena dado que la solución no es sencilla.

Un liberal ‘enragé’ pediría una aplicación libre, pero estricta, de la ley de la oferta y de la demanda. Sería algo así como: si llegan demasiados turistas y se amplía una demanda conveniente, en sí misma, subamos los precios de los servicios que ofrecemos, que es lo que hacen las empresas cuando pueden y la competencia se lo permite. Pero, claro, eso desataría inmediatamente una airada protesta de Sortu señalando, con la indignación habitual, que estábamos creando un turismo exclusivo y de élite del cual no podrían disfrutar las personas menos adineradas. Intolerable.

Así que, como vamos mal por la vía liberal, podríamos quedarnos con la contraria, la socialista y coercitiva. Sería algo así como: si el número de turistas crea problemas a la población autóctona, limitemos su número por decreto y no por precio. Hagamos listas en las que se apunten los candidatos a visitarnos, pongamos funcionarios a controlarlas para que nadie se salte el orden y demos pases -más funcionarios-, para circular por nuestras calles, visitar nuestros museos, nadar en nuestras playas y entrar en nuestros bares.

Sería perfecto, controlaríamos, a voluntad, el número de las llegadas y crearíamos multitud de empleos públicos que podrían compensar los numerosos empleos privados que se perderían con seguridad al reducirse la demanda. ¿Alguien da mas? No creo.

Sin embargo, no sé qué me pasa que esta solución no me gusta nada. Me da que es impracticable, abusiva y ordenancista. El problema es mundial. Al menos preocupa en esa buena parte del mundo que recibe turistas en un número elevado y creciente, así que la solución será también general. No hay que olvidar que nosotros mismos, incluso los propios miembros de Sortu, creamos este problema cuando viajamos a París, Londres o Florencia.

Probablemente la solución sea mixta y pase por establecer turnos de visitas a los monumentos más concurridos, (Para entrar en la Capilla Sixtina terminaremos por apuntarnos en alguna lista por Internet con varios años de antelación) e, inevitablemente, por subir los precios de algunos servicios con mayor demanda, lo que sucederá con seguridad, o más bien estará sucediendo ya con seguridad.

La globalización del turismo y el acceso al mismo de millones de personas que empiezan a disponer del dinero necesario para viajar (¿Es eso malo?) complican una solución que no será nada sencilla. Sin embargo, es seguro que no consiste en enguarrar las paredes de nuestras ciudades con pinturas insultantes, ni realizar manifestaciones que rozan la xenofobia. Como siempre hay que vencer la pereza y pensar más, en lugar de amenazar mejor.

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