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Explicar a Marx

Martes, 8 de mayo 2018, 00:19

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Doscientos años después de su nacimiento, ¿cómo explicar quién fue Karl Marx? ¿Cómo hacer entender su trascendencia? ¿De qué manera hacer comprensible su pensamiento? Se antoja harto complicado. No sólo porque aquellos que fueron sujetos de su pensamiento, los beneficiarios sin duda alguna, han quedado al margen de los debates filosóficos y políticos necesarios para un acercamiento positivo a su figura y obra; sino porque muchos de los autoproclamados expertos -¡doctores tiene la Iglesia!-, lo han convertido en un icono, bien de lo que algunos mal denominan la paleohistoria, llena de dinosaurios ideológicos, bien porque sus más fervientes admiradores lo han enterrado bajo complicados lenguajes cargados de un intelectualismo asfixiante. Entre ambos extremos quedan todavía quienes, románticos ellos, dicen de vez en cuando que Marx vive, como si esa proclama fuera suficiente para activar la conciencia entre las clases más desfavorecidas.

No es fácil recordar a Marx pese a que algunos se empeñen en llenar las baldas de las librerías con densos estudios de su obra o, como un servidor, en escribir sucintos y cargantes artículos reivindicadores de su memoria. Nada de eso sirve si cada día que pasa los actores de sus pensamientos no se convierten en tomadores de conciencia, de la suya, para, al menos, sentar las bases de un acercamiento a Marx. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo actualizar la figura de un hombre que con su pensamiento distorsionó el marco social, político y económico, tanto de su época como de una buena parte del discurrir del siglo XX? Quizás la clave para las respuestas esté en valorar lo eficaz que tendría realizar un trabajo pedagógico que actualice el pensamiento marxista y lo convierta en una herramienta útil. Porque, bien mirado, es precisamente la utilidad una de las claves de la ideología marxista. Pocos han ofrecido un análisis del desarrollo de la historia como Marx y muy pocos, por no decir ninguno, desentrañaron con tanta habilidad y maestría las contradicciones del sistema capitalista.

No obstante, Marx no era perfecto. Nadie lo es. Su obra no es un dogma sino el resultado de un análisis profundo de la enorme realidad de su momento histórico. El producto de una honda reflexión que desembocó en la creencia de que las posibilidades de cambios sociales y políticos no eran una utopía, sino una posibilidad real. Y ahí radica parte de su grandeza: nos dejó la posibilidad del cambio, la posibilidad de una sociedad más justa, más igualitaria, más humana. ¿Puede esto considerarse la obra de un loco? Sería deseable, por todo ello, que lo que hay de válido en el pensamiento marxiano -y hay mucho-, fuera actualizado en un presente en el que cada vez la brecha entre ricos y pobres es mayor; en el que las mujeres aún luchan por la igualdad; en el que las relaciones laborales están mediatizadas por el capital y las ansias de beneficios; y en el que los países pobres han dejado de aspirar al progreso a cambio de ver cómo muchos de sus ciudadanos ansían llegar hasta los países más ricos para convertirse en pobres. ¿Se puede decir después de todo esto que Marx no vale? ¿Acaso no merecería la pena resucitarlo aunque sólo fuera por retornar a las ideas?

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