Euskadi, contra el extremismo islámico y más
El País Vasco acogerá una experiencia piloto de la ONU contra el radicalismo religioso que puede derivar en violencia. En nuestra sociedad hay otro extremismo: el anti-religioso
El alto representante para la Alianza de las Civilizaciones de Naciones Unidas, Miguel Ángel Moratinos, trasladó al lehendakari la propuesta para que Euskadi acoja una ... experiencia piloto de la ONU para la lucha contra el extremismo religioso que pueda conducir a conductas violentas. Durante su reciente visita a Nueva York para participar en el 'High Level Political Forum' de la ONU, Iñigo Urkullu se reunió con Moratinos, al que explicó las políticas del Gobierno vasco para acoger refugiados, integrar migrantes, promover la convivencia con la comunidad islámica vasca y prevenir la radicalización. De hecho, el Gobierno vasco ya tiene un programa de actuación para promover la convivencia junto a la comunidad islámica vasca con este subtítulo: «Frente al terrorismo internacional, el racismo, la xenofobia o la islamofobia, el compromiso compartido con los derechos humanos». Es un programa largo y bien trenzado de 35 páginas, de fácil acceso a través de internet.
No puedo sino aplaudir a dos manos la iniciativa. Pero, además del escaso apoyo que parece suscitar en los redecisos anónimos que lo comentan en la red -la plaga del mundo digital-, hay algo que me chirria o, al menos, me hace pensar. Antes quiero señalar que este tema está siendo muy trabajado en Francia a consecuencia de los numerosos atentados terroristas por islamistas fanatizados. Recomiendo vivamente la lectura de un estudio dirigido por dos sociólogos muy competentes en trabajos sobre la juventud y los valores: Olivier Galland y Anne Muxel. Se titula 'La tentation radical' (Editorial Puf. París, 2018). Fue financiado por fondos públicos y privados (una caja de ahorros). Sus autores administraron tres muestras: una de 7.000 escolares de cuatro regiones de Francia; otra de 1.800 voluntariamente sesgada hacia los escolares musulmanes practicantes; y una tercera, cualitativa, en profundidad, a un número aún más reducido. Es una investigación impensable en España.
Al final, ajustadas las muestras al conjunto poblacional, apuntan como una conclusión «importante» de su investigación que «la radicalidad religiosa no aparece como la resultante principal de la exclusión socioeconómica, pues es muy fuerte su raíz específicamente religiosa». Así, constatan «un factor religioso relativamente autónomo respecto de otros factores extra-religiosos» como «los resultados y la orientación escolar, la situación económica de los padres, los sentimientos de discriminación individual o los de injusticia y de malestar identitario ligados a la pertenencia a un grupo minoritario». Pero remachan que la correlación entre religión, como factor principal en la radicalidad de violencias de signo religioso, se da, casi exclusivamente, entre los escolares de confesión musulmana.
Aparece, pues, muy clara la pertinencia de la propuesta de Moratinos al lehendakari, pero no deja de sorprenderme que sea la comunidad autónoma vasca la que haya sido la escogida para este importantísimo trabajo, pues, de entrada, no somos quienes tenemos la mayor concentración de musulmanes. Bien al contrario. Según datos de la Unión de Comunidades Islámicas de España (Ucide) correspondientes a 2017, Bizkaia es la tercera provincia española con menor número de musulmanes; Gipuzkoa, la quinta y Álava, la sexta.
Pero mi sorpresa es mayor al constatar , en el barómetro del CIS de junio del presente año, que Euskadi no destaca precisamente por sus valores socio-religiosos. Bien al contrario: el 21% de los encuestados se declaran católicos practicantes y el 23% indiferentes, no creyentes o ateos. Solamente en Catalunya encontramos menor práctica religiosa, pero hay también menos indiferentes, no creyentes y ateos. En Catalunya ya están saliendo del Estado de cristiandad y de la actitud anti-religiosa, salvo en núcleos laicistas decimonónicos. No así en Euskadi, donde la beligerancia anti-religiosa sigue muy presente en la sociedad y su estudio científico es prácticamente nulo.
Me detengo en Catalunya, entre otras razones, porque la Generalitat tiene una Dirección de Asuntos religiosos (como la tuvo el Gobierno de Zapatero, en la figura del inolvidable sociólogo vasco, recientemente fallecido, Víctor Urrutia) que atiende a las diferentes confesiones religiosas, realiza informes, lleva años publicando un mapa religioso de la comunidad, tiene eco en los medios de comunicación social, y es capaz de organizar el XXXV Congreso Internacional de Sociología de la Religión este mes de julio. Nada de eso existe en el Gobierno vasco ni demanda la sociedad vasca, un indicador evidente de la indiferencia, cuando no rechazo, a lo religioso en grandes capas de la población. Particularmente en la sociedad pública, así como en gran parte de la publicada, lo que conduce la dimensión religiosa a un gueto.
Me parece magnifica la idea de ser pilotos en Euskadi en la lucha contra los extremismos religiosos musulmanes violentos. Pero no son los únicos extremismos religiosos. Los hay también anti-religiosos o indiferentes, lo que no sé qué es más singular. Aunque, afortunadamente, no violentos.
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