Estabilidad y abstención
Editorial ·
El PNV refuerza su hegemonía para dirigir la recuperación de Euskadi tras el Covid en unas elecciones que impulsan a EH Bildu y castigan la oposición de Elkarrekin Podemos y del PPLas elecciones autonómicas de ayer, celebradas en un clima de incertidumbre bajo la sombra de la pandemia y de la profunda recesión que ha desencadenado, ... siguieron al pie de la letra la máxima de Ignacio de Loyola: «En tiempos de desolación nunca hacer mudanza». Más aún: reforzaron la hegemonía del PNV con una victoria abrumadora, que le permitirá reeditar un Gobierno vasco de coalición asentado en una cómoda mayoría absoluta junto al PSE, según las intenciones que ambos partidos han dejado entrever durante la campaña. Los votantes, en su búsqueda de seguridad y certezas, optaron por el continuismo y la estabilidad al premiar a las dos formaciones en el poder y otorgarles un amplio margen de maniobra para dirigir sin ataduras una compleja recuperación tras los devastadores estragos causados por el Covid-19. Solo una abstención récord, asentada en el temor a los contagios y la ausencia de expectativas de cambio en las instituciones, empañó una jornada que alumbró el Parlamento más abertzale aunque las prioridades de la ciudadanía están mucho más volcadas en la sanidad y la economía que en cuestiones identitarias.
El contundente triunfo del PNV refleja la amplia conformidad de la población con la gestión desarrollada por el partido que encarna la autoridad en Euskadi, al que entrega las llaves para afrontar un mayúsculo desafío de la mano del socio que decida. Con 31 escaños y un apoyo del 39%, los jeltzales amplían su ventaja sobre sus rivales -incapaces de hacerle sombra y de articular una alternativa viable- y rozan sus mejores resultados desde la escisión de 1986. A ello contribuye su probada eficacia para pescar en caladeros de todo el espectro político sin perder por ello su centralidad, así como su aparente inmunidad al desgaste del poder. No le han lastrado ni los claroscuros en la gestión de la crisis sanitaria, ni las torpezas que rodearon el derrumbe del vertedero de Zaldibar, ni el fraude en la OPE de Osakidetza ni la corrupción del 'caso De Miguel'. Iñigo Urkullu, que ha sabido transformar la seriedad en carisma, se garantiza así un tercer mandato con el mayor respaldo del que ha disfrutado hasta ahora.
EH Bildu, el otro gran vencedor del 12-J, crece con fuerza y obtiene la representación más alta de su historia tras una campaña más volcada en los mensajes sociales que en los soberanistas o los relacionados con el posterrorismo. El PSE, que partía de su menor presencia en la historia en el Parlamento, recupera posiciones y capitaliza solo en parte el declive de Elkarrekin Podemos. La formación morada se derrumba en Euskadi tras haber focalizado su campaña en un tripartito de izquierdas abocado al fracaso por el rechazo de los pretendidos socios. El PP sufre una dura caída, no amortiguada por la alianza con Ciudadanos, y se queda con solo cinco parlamentarios en una situación que agudiza su irrelevancia en la política vasca. El fracaso de su estrategia se ve agravado por la irrupción de Vox con un representante, el primer electo de la ultraderecha en Euskadi. La holgada mayoría absoluta de Alberto Núñez-Feijóo en Galicia, donde los socialistas han sufrido un severo revés y Podemos queda fuera del Parlamento, contrasta con la debilidad de su partido en el País Vasco.
La mayoría absoluta con la que gobernará Urkullu no elude la necesidad de alcanzar un amplio acuerdo político y con los agentes sociales sobre las bases para superar la crisis sanitaria, económica y social de extrema gravedad a la que se enfrenta Euskadi. La magnitud de la tarea así lo requiere.
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