Las otras enfermedades
La pandemia del Covid-19 ha conseguido que durante tres meses todo, absolutamente todo, girara sobre su centro de gravedad. Ciertamente su trascendencia ha sido ... terrible, pero no por ello debemos olvidar que antes del 15 de marzo la humanidad ya asistía impotente a una sangría de dimensiones bíblicas, trufada de hambrunas y dolencias endémicas en muchos países, que producían gran mortalidad, fundamentalmente entre la infancia, y no parecíamos conmovernos por ello. Vivimos convencidos de que, gracias a los avances científicos, casi rozamos la inmortalidad y la dolencia es 'cosa de lugares pobres'. Y ahora resulta que la enfermedad, esa que nos ha tocado directamente, nos obliga a situarnos ante una realidad que preferimos no mentar: que somos vulnerables ante su incidencia y que a veces esta es letal.
Según la OMS, al año fallecen en el mundo más de 57 millones de personas por gripe, neumonía, cardiopatías, infartos, tuberculosis, cáncer o alzhéimer. Las cifras, comparadas con las 435.000 muertes por el maldito coronavirus, son escalofriantes. A ellas hay que añadir las producidas por la malaria (425.000 muertes anuales), dengue (2.000) o VIH (990.000). Unas cifras que demuestran que nuestro planeta no está libre, en absoluto, del azote de virus, bacterias, amebas y otras amenazas.
Hoy se celebra en todo el mundo el Día de la ELA. La Esclerosis Lateral Amiotrófica es un ejemplo de la crueldad de las denominadas enfermedades neurodegenerativas. Los enfermos que la padecen han de afrontar su vida sin saber ciertamente cómo será el de mañana, pues la parálisis progresiva que sufren les deteriora día a día. Según ADELA y la Fundación Francisco Luzón, en España se registran cada día tres nuevos casos y también tres fallecimientos por ELA, que afecta ya a más de 4.000 de nuestros compatriotas. Como podemos apreciar, el Covid-19 no lo es todo, y aprovechando el Día Internacional de la ELA debemos ser conscientes de que este 'jinete del apocalipsis' que es la enfermedad no dejará nunca de cabalgar y amenazarnos.
Tan sólo una solución es posible para minimizar la afectación de la ELA y de cualquier dolencia, y esta reside en tomar conciencia de la importancia que para el país tienen los recursos destinados a investigación. Únicamente invirtiendo en ello se podrán conseguir logros tanto en el campo del conocimiento y detección precoz de estas, y otras enfermedades, como en su tratamiento. Nuestro país, y es esta una situación denunciada sistemáticamente por la comunidad científica, no ha cuidado con mimo a sus investigadores y los ha arrojado al exilio, diseminados por centros, instituciones y universidades de todo el mundo. Es necesario abordar con seriedad y recursos la inclusión de nuestros mejores investigadores/as en proyectos científicos internacionales que puedan arrojar resultados en la lucha contra la crueldad de las enfermedades, como la ELA y otras. Pero me temo que mientras valoremos más los sueldos millonarios de un futbolista o un tertuliano del corazón y observemos con desinterés la precariedad en la que viven muchas de nuestras promesas científicas, no hay mucha esperanza para ello.
Decía Severo Ochoa que, «en principio, la investigación necesita más cabezas que medios». En las actuales circunstancias no puedo estar de acuerdo con el Nobel de 1959. Creo, sinceramente, que en este momento en nuestro país (y en un contexto de investigación internacional fuertemente interdependiente) tenemos científicos reconocidos, pero están trabajando sin medios, y sin medios adecuados, la ciencia, como la creación artística, no se puede desarrollar adecuadamente. En nuestra mano está proporcionárselos.
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